viernes, 1 de mayo de 2009

Gran Torino.

Conocida es mi animadversión hacia la música en lengua española. Salvo excepciones muy contadas, como Sabina y algo de Calamaro, sólo escucho música en inglés, cuyas letras no entiendo en su gran mayoría pero que, mejor, así no me provocan la vergüenza ajena que siento con algunas de las que escucho en castellano. Y haciendo gala de esos gustos, no fui al concierto del tal Arjona en el pabellón de Santa Cruz, así que mientras Cris disfrutaba del mismo, en lugar de quedarme en casa, me fui al cine a hacer amena la espera.

Yo pensaba que seguía teniendo aspecto juvenil, con mi camiseta, mis vaqueros, mis tenis y mi barba de tres días, pero todo se vino abajo cuando la empleada del McDonalds, tras pagar la consumición, me dijo aquello de "aquí tiene su vuelta, caballero". ¿Caballero? Como decía un anuncio del Carrusel deportivo de hace unos años, "será por el puro". Yo en plan "hey-qué-joven-soy-aún,-que-estoy-en-la-cola-del-McDonalds" y va aquella niñata con granos en la cara y me llama "caballero".

Tras comer en un tiempo récord, casi sin masticar, subí caminando las escaleras eléctricas que van a dar a la puerta del cine, donde apenas había nadie, sólo cotufas tiradas en el piso y los empleados del bar-cantina aquel de brazos cruzados. Carne de despido objetivo, pensé enseguida. Cuando le di la entrada al que estaba en la misma puerta, como un portero de discoteca, me volvió a llamar "caballero". Joder, qué cruz.

36 personas en la sala en una sala casi tan grande como la sala de cámara del Auditorio. Llegué el primero y salí el último. Cómodo, eso si, absolutamente nadie en mi fila y como la sala es en grada daba la sensación de estar solo allí dentro, si no hiubiese sido por la pareja de idiotas que hacían comentarios todo el rato a la película. Película que, sin ser una obra de arte a las que nos tiene acostumbrados Eastwood desde hace años, se deja ver y merece la pena pagar la entrada sólo por disfrutar de esa enseñanza, de cine y de vida, que emana de sus últimos 40 minutos.

Lo peor es comprobar cómo puede estropear una película la peor generación de dobladores del cine español. Frente a un Constantino Romero (Clint Eastwood) perfecto, el resto de personajes, la mayoría asiáticos, hispanos, negros y todos ellos jóvenes, tienen un doblaje absolutamente lamentable, soso, desabrido, sin alma, de dibujos animados de los malos. Pero bueno, es lo que hay mientras no se pueda ver en versión original con subtítulos.

Esta mañana me han mandado un sms convocándome a la "manifa" del 1º de mayo. Los cojones.

1 comentario:

el escritor escondido dijo...

Caballero, bienvenido al club.