sábado, 23 de abril de 2011

El Tenerifito.

 
Hoy, después de veinte años ininterrumpidos, no he ido al estadio a ver al Tenerife. Las veces que dejé de ir, durante esas dos décadas, lo fueron por enfermedad, por mudanza o por viaje. He ido con fiebre, con lluvia, con calor, con las maletas dentro del maletero de un coche mal aparcado recién llegado de unas vacaciones, cuando no iba nadie y cuando no cabía un alma.

Mis primeros recuerdos futbolísticos son de aquel vetusto Rodríguez López, con sus arcos en la Tribuna, su Herradura de madera, sus mínimas escalinatas en San Sebastián y con los chiquillos dándole patadas a una lata, a modo de balón, en los bajos de General de pie mientras se jugaba el partido. En los primeros ochenta, mi padre me sentaba en primerísima fila, sobre una tubería de riego que corria la banda por detrás de las vallas publicitarias de la grada de San Sebastián para que pudiera ver el partido, a la sombra del viejo marcador de lata. Como en aquella época los niños hasta una cierta edad no pagaban y yo, aunque más mayor, no la aparentaba, mi padre me colaba gratis.

"Llama al árbitro botija verde", me decían los parroquianos y yo, niño, lo repetía como un loro entre las risas del personal. Recuerdo ver jugar al Castilla de la incipiente "Quinta del Buitre". "Qué bueno es el 7", decian de un tal Pardeza. "Pues anda que el 9...", alababan a Butragueño, héroe en Querétaro apenas 3 o 4 años después. Michel lloró allí años más tarde una calurosa tarde de junio.

He pasado por casi todas las gradas: vi jugar a la selección española una tarde-noche contra Polonia desde un sitio privilegiado de Tribuna; vi volar de palo a palo a Ablanedo mientras temía caerme por los listones de madera de Herradura; siempre podré decir que vi jugar a Maradona en vivo y que lo vi desde el sol sofocante de la grada de General y disfruté de amarguras y ascensos desde mi actual sitio en San Sebastián baja. Reí, lloré, sufrí, disfruté.

Me críe con dos banderines, uno con el escudo del Tenerife, otro con la plantilla del Atlético de Madrid de la temporada 73-74 en las paredes de mis cuartos. Luego, por ellas pasaron Rommel, Felipe, Redondo, Pizzi...

El fútbol, ese sentimiento irracional, además me ha dado la posibilidad de conocer a mucha gente, las cuales en algunos casos incluso llegaron a ser amigos y otros no menos enemigos. He sido fanático, coleccionista, he saltado en la Plaza de España y llorado en los vomitorios, he salido del estadio en una "lechera" de la policía nacional, he salido en televisión, he sido contertulio de radio, escrito en revistas o he sido miembro de una web. Al final, ese sentimiento ha sido un poquito importante en mi vida.

A un equipo de fútbol se le quiere como se le quiere a un familiar de sangre. Es sólo un escudo y una camiseta, pero se le ama y se le duele como a un hermano. 

Y hoy que el Tenerife, el Tete, nuestro Tenerifito, se nos va por el sumidero rumbo a la desgracia, lo único que me queda es vivir del recuerdo, saborear con regusto de amargor lo que hemos vivido al borde del césped y soñar que quizás un día, quien sabe, mis hijos podrán disfrutar lo que su padre les enseñó como un tesoro guardado en un montón de cajas de cartón.

lunes, 11 de abril de 2011

Liberté, fraternité, egalité.

Los franceses son a la democracia europea lo que los americanos a la democracia en el resto del mundo: el faro de occidente, los guardianes de la libertad. El pueblo galo tomó un día de julio La Bastilla y de ese cuento llevan viviendo dos siglos y pico.

Y en estas se les aparece Sarkozy, ese político con alzas que igual se saca una foto con Gadaffi que luego le bombardea. El mismo que en nombre de la libertad y de la República ataca a las libertades individuales prohibiendo un símbolo cultural y religioso como el uso del velo islámico. "El burka no es un símbolo religioso sino un símbolo de la opresión. No es bienvenido en Francia", dice Sarko. 

Podría llegar a cuestionarse que en países de mayoría de mahometanos ortodoxos (o sea, eso que llaman fundamentalistas islámicos) el uso del velo integral sea una imposición religioso-política, símbolo de la opresión del macho dominante sobre la débil hembra. Pero cuando la usuaria de esta prenda deja su país de origen, llegando a uno donde esa imposición ya no existe, quizás deberíamos preguntarle si viste esa prenda por imposición o por propia voluntad antes de ponerle 150 € de multa. Sin embargo, los defensores de las libertades individuales optan, una vez más, por la prohibición.

Nuestras democracias occidentales, tan pulcras, tan perfectas, ya hasta imponen cómo deben vestirse las mujeres de una determinada etnia cultural-religioso-social, todo en pro de la integración. Sin embargo, si cualquier francesita fuese a, pongamos, Irán y la obligasen, para su mejor integración, a vestir velo integral o no, el gobierno francés elevaría la voz porque un estado extranjero le impone a sus nacionales la forma de vestir y unas costumbres de bárbaros.

Los extranjeros deben integrarse en nuestra sociedad. Nuestros nacionales en el extranjero, sin embargo, pueden seguir recluidos en sus "Casas de nosedónde en nosequé país", donde sólo se relacionan entre ellos y practican exclusivamente sus costumbres y tradiciones.

A mi un velo, integral o no, no me molesta, ni representa una amenaza a mi seguridad, ni una fatla de integración cultural. Ni un velo, ni una chilaba, ni un turbante. A lo mejor es que no tengo los prejuicios que tiene gran parte de la sociedad y que se bendicen con este tipo de medidas neofascistas. Antes el multiculturalismo era una bendición, hoy parece estar perseguido. Cosas de las democracias occidentales, supongo.

viernes, 8 de abril de 2011

Papel higiénico.

Cosas de la vida. Mi última entrada en el blog hablando de retretes y esta tarde he recogido correo venido de la más alta esfera judicial de la provincia que podría haberse impreso en papel higiénico.

Cosas de la vida, digo.