La libreria-cafetería donde se celebró la presentación del libro de José María Lizundia "Canarias, diversos nacionalismos" (libro que no me ha dedicado, porque, simplemente, no lo tengo) era, hasta hace apenas unos meses eso, una libreria-cafetería. Visitada tras un tiempo de ausencia compruebo que ha pasado a convertirse en cafetería-librería. Donde antes el espacio principal estaba invadido de libros apilados en mesas y estantes, hoy se apiñan unos cuantos sillones de Ikea para que el personal se siente a disfrutar, en un ambiente pretendidamente intelectual, de alguna bebida de esas espirituosas o de alguna infusión, que si te las das de lector en público nada mejor que acompañar la postura con una taza de té. Los libros han quedado aislados en el pasillo de al lado, donde antes era la gente la que se aislaba.
La convocatoria era a las 20 horas y yo, en hispánica impuntualidad, salí de casa cinco minutos antes de la hora. Ni qué decir tiene que llegar tarde a un lugar y cuando el acto está comenzado te da el nivel de protagonismo que nunca tendrías llegando el primero, donde comienzas a sentir como te vas hundiendo en el fango del anonimato a medida que el lugar se va llenando de gente. Sin embargo, oh pobre de mi, llegando tres minutos sobre la hora prevista, apenas había concurrencia y el protagonista y sus acólitos apuraban una cerveza en la puerta del local, mirando a la calle, como la chiquillería que se aposta cualquier noche de fin de semana en las puertas del Strasse o de La Herradura.
La ocasión obligaba a cerrar, o al menos suturar, una herida abierta hace por lo menos 15 años con un apretón de manos. Los años han hecho que deje de ser rencoroso y a que perdone fácilmente. Siempre padecí de esa enfermedad, se ha ido agravando y aún no le he encontrado cura.
Autor, introductores del acto, invitados, Rafa, público en general y un espontáneo que, estoy seguro, formaba parte del show, una parte más de la performance, conformaban la audiencia. A la finalización de la disertación del hermano putativo, desarrollada al más puro estilo de la presentación de las conclusiones finales en un juicio con jurado popular en una película made in USA, un individuo de alopécico pelo graso se levantó de su sillón para encararse al ponente y espetarle un "qué sabrás tu del sentimiento canario", mientras le señalaba con un dedo índice pseudo amenazante. Tras ello, marchó y más nunca se supo de él. Seguramente estaría en el backstage, mirando tras el telón, esperando a la finalización del acto para salir a saludar a los presentes, de los que recibiría todo tipo de parabienes por su actuación. Cierto es, todo hay que reconocerlo, que el hermano por elección del autor sólo se atrevió a contestar al creemos que vehemente espontáneo cuando salió por la puerta del local. Por si acaso.
El acto se desarrolló de manera ágil, interesante, con momentos "Escenas de matrimonio" al que nos tienen acostumbrado los "hermanos" en sus comparecencias conjuntas, haciendo valer el autor su inexpugnable condición de español sobre todas las cosas, pero sin caer en la exaltación del nacionalismo hispano. Pero del libro y del tema del libro no voy a hablar, porque me interesa más el detalle y la anécdota que tener que explicarle a alguien que no conozco los términos del debate. No me pagan por ello.
Al autor lo dejé firmando felizmente ejemplares a una pareja de fans-groupies enfervorecidas que le pedían una dedicatoria en la primera página par del libro. "¿Has comprado el libro ya, Tox? Bueno, no me importa".
La convocatoria era a las 20 horas y yo, en hispánica impuntualidad, salí de casa cinco minutos antes de la hora. Ni qué decir tiene que llegar tarde a un lugar y cuando el acto está comenzado te da el nivel de protagonismo que nunca tendrías llegando el primero, donde comienzas a sentir como te vas hundiendo en el fango del anonimato a medida que el lugar se va llenando de gente. Sin embargo, oh pobre de mi, llegando tres minutos sobre la hora prevista, apenas había concurrencia y el protagonista y sus acólitos apuraban una cerveza en la puerta del local, mirando a la calle, como la chiquillería que se aposta cualquier noche de fin de semana en las puertas del Strasse o de La Herradura.
La ocasión obligaba a cerrar, o al menos suturar, una herida abierta hace por lo menos 15 años con un apretón de manos. Los años han hecho que deje de ser rencoroso y a que perdone fácilmente. Siempre padecí de esa enfermedad, se ha ido agravando y aún no le he encontrado cura.
Autor, introductores del acto, invitados, Rafa, público en general y un espontáneo que, estoy seguro, formaba parte del show, una parte más de la performance, conformaban la audiencia. A la finalización de la disertación del hermano putativo, desarrollada al más puro estilo de la presentación de las conclusiones finales en un juicio con jurado popular en una película made in USA, un individuo de alopécico pelo graso se levantó de su sillón para encararse al ponente y espetarle un "qué sabrás tu del sentimiento canario", mientras le señalaba con un dedo índice pseudo amenazante. Tras ello, marchó y más nunca se supo de él. Seguramente estaría en el backstage, mirando tras el telón, esperando a la finalización del acto para salir a saludar a los presentes, de los que recibiría todo tipo de parabienes por su actuación. Cierto es, todo hay que reconocerlo, que el hermano por elección del autor sólo se atrevió a contestar al creemos que vehemente espontáneo cuando salió por la puerta del local. Por si acaso.
El acto se desarrolló de manera ágil, interesante, con momentos "Escenas de matrimonio" al que nos tienen acostumbrado los "hermanos" en sus comparecencias conjuntas, haciendo valer el autor su inexpugnable condición de español sobre todas las cosas, pero sin caer en la exaltación del nacionalismo hispano. Pero del libro y del tema del libro no voy a hablar, porque me interesa más el detalle y la anécdota que tener que explicarle a alguien que no conozco los términos del debate. No me pagan por ello.
Al autor lo dejé firmando felizmente ejemplares a una pareja de fans-groupies enfervorecidas que le pedían una dedicatoria en la primera página par del libro. "¿Has comprado el libro ya, Tox? Bueno, no me importa".
5 comentarios:
¿Apretón de manos a quien yo me estoy imaginando????
Yo no tendría estómago para eso. Pero claro...yo siempre he sido rencorosa e incluso vengativa.
Agustín Enrique es un dios y es intocable, y comparte rasgos de profunda simetría con el propio Tox. La famosa hermanilla comparece ahora iracunda para enarbolar no sé que bandera republicana sin reparar que A.E. fue marxista leninista antes que fraile, sin necesiddad de pertenencer al sicariado.
¿Me puede repetir la pregunta? :)
¿Que tal?
Vaya, parece que nos hemos equivocado de blog.
We Shall Overcome
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