Ya me habían visto la pasada semana, cuando había terminado la consulta y bebía una Coca Cola en una terraza. Preguntaban a mi acompañante por el abogado y el abogado agachó la cabeza y se puso a juguetear con el móvil. "Ya se ha ido", les dijeron, y les invitaron a volver siete días más tarde.
Hoy, cumpliendo su amenaza, han vuelto. A ver qué hay de lo mío y esas cosas. Al mirar la agenda mi último lunes del curso me he puesto de muy mala leche, porque lo que debía ser un día tranquilo pre vacacional algún inútil con un bolígrado se había encargado de transformalo en uno de las peores tardes del año. La consecuencia estaba clara: los que pasasen el umbral de la puerta iban a pagar los platos rotos.
"Ah, ¿y tu eres el abogado? Me esperaba a alguien más mayor", dijo nada más pasar la rubia con urgente necesidad de hacerse las mechas de nuevo. Ni un buenas tardes, ni un hola, ni un joder qué calor hace ahí fuera. "¿Y a ti no te da vergüenza ir por ahí enseñando ese ombligo?", estuvo a punto de responder el abogado. Sin embargo, optó por no levantar la mirada del suelo mientras se dirigía a su silla y dijo "Si, al menos hasta esta tarde lo soy".
Tras un despido posiblemente pasado de fecha, una sanción muy grave a una señora muy obtusa, una reclamación de cantidad y una trabajadora llorando porque había sufrido una depresión durante un año y-eso-no-se-lo-perdono-a-la-empresa-que-me-lo-paga-dándome-el-sueldo-tarde-pero-ya-si-eso-vengo-por-aquí-otro-día-y-reclamo-porque-no-sé-lo-que-quiero, entre otros, volví a posar mis manos sobre un volante que ardía literalmente pero que me llevaría, ochenta kilómetros mediante, a casa.
Casi mejor ni pienso en lo que me espera mañana por la tarde. Ni el miércoles, día en el que además tengo sesión doble en el tanatorio. Espero que no me ocurra de nuevo lo de la última vez, cuando el trabajador de turno, tras finalizar el juicio, se levanta de su asiento con intención de dar su versión. "No puedes hablar, el juicio se terminó". Con los ojos fueras de las órbitas dijo muy alterado "¿Y para ésto he venido desde tan lejos, para no poder hablar y decir cómo me engañaron y blablabla?". Le estiré la mano. La suya estaba fría y humeda. Le mire a los ojos y le dije "Estas son las reglas del juego. Se llama Ley de procedimiento laboral. Si no te gusta, protesta en el Congreso de los Diputados, Carrera de San Jerónimo, 28001, Madrid. Ya te llamaré".
Mejor empiezo a descontar días para las vacaciones, lo único que me tiene motivado en estas fechas. Comienza la cuenta atrás.
Hoy, cumpliendo su amenaza, han vuelto. A ver qué hay de lo mío y esas cosas. Al mirar la agenda mi último lunes del curso me he puesto de muy mala leche, porque lo que debía ser un día tranquilo pre vacacional algún inútil con un bolígrado se había encargado de transformalo en uno de las peores tardes del año. La consecuencia estaba clara: los que pasasen el umbral de la puerta iban a pagar los platos rotos.
"Ah, ¿y tu eres el abogado? Me esperaba a alguien más mayor", dijo nada más pasar la rubia con urgente necesidad de hacerse las mechas de nuevo. Ni un buenas tardes, ni un hola, ni un joder qué calor hace ahí fuera. "¿Y a ti no te da vergüenza ir por ahí enseñando ese ombligo?", estuvo a punto de responder el abogado. Sin embargo, optó por no levantar la mirada del suelo mientras se dirigía a su silla y dijo "Si, al menos hasta esta tarde lo soy".
Tras un despido posiblemente pasado de fecha, una sanción muy grave a una señora muy obtusa, una reclamación de cantidad y una trabajadora llorando porque había sufrido una depresión durante un año y-eso-no-se-lo-perdono-a-la-empresa-que-me-lo-paga-dándome-el-sueldo-tarde-pero-ya-si-eso-vengo-por-aquí-otro-día-y-reclamo-porque-no-sé-lo-que-quiero, entre otros, volví a posar mis manos sobre un volante que ardía literalmente pero que me llevaría, ochenta kilómetros mediante, a casa.
Casi mejor ni pienso en lo que me espera mañana por la tarde. Ni el miércoles, día en el que además tengo sesión doble en el tanatorio. Espero que no me ocurra de nuevo lo de la última vez, cuando el trabajador de turno, tras finalizar el juicio, se levanta de su asiento con intención de dar su versión. "No puedes hablar, el juicio se terminó". Con los ojos fueras de las órbitas dijo muy alterado "¿Y para ésto he venido desde tan lejos, para no poder hablar y decir cómo me engañaron y blablabla?". Le estiré la mano. La suya estaba fría y humeda. Le mire a los ojos y le dije "Estas son las reglas del juego. Se llama Ley de procedimiento laboral. Si no te gusta, protesta en el Congreso de los Diputados, Carrera de San Jerónimo, 28001, Madrid. Ya te llamaré".
Mejor empiezo a descontar días para las vacaciones, lo único que me tiene motivado en estas fechas. Comienza la cuenta atrás.
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