martes, 15 de septiembre de 2009

La parada de las focas.


Las horas transcurridas entre las 2 y las 8 de la tarde han sido, probablemente, las menos productivas (a niveles de producción laboral) y absurdas (a todos los niveles) de los últimos tiempos. Mientras que la mañana tuvo más de 6 horas de trabajo de despacho sólo interrumpido por el sonido de las tripas a mediodía, que ya no aguantaban el nesquick frio y la tostada de las 7:30 de la mañana, la tarde.....ay la tarde.

Poco después de las tres y cuarto el coche me llevaba, autopista hacia el norte, al Puerto de la Cruz, donde debía pasar consulta. Y digo bien, debía. Tras casi 40 minutos de volante (sacar el coche del garaje, tomar la autopista, esquivar a algún que otro energúmeno y buscar aparcamiento) a las 16:00 estaba entrando por la puerta de la oficina. Puntualidad británica. La misma puntualidad con la que salí por la puerta 15 minutos más tarde.

Sólo un señor, para recordar un juicio y decirle que necesitaba un testigo. No le gustó nada la petición, a lo que le respondí "yo soy abogado, no saco conejos de las chisteras, haga lo que le parezca."

Así que con el viaje perdido, regresé a La Laguna. Una hora de ida y vuelta para 15 minutos de oficina. Vaya negocio.

A la vuelta, un atasco en la rotonda de entrada por San Benito: tres señoras, con sus chalecos amarillos, que se habían dado un leve roce con sus coches y, en lugar de apartarlos a un lugar que no entorpeciera el tráfico, se plantaron, por sus santos ovarios, en el centro de la calzada. Al final, sería premonitorio de lo que ocurriría horas más tarde.

De vuelta al despacho, pasadas las 5 y media de la tarde, desubicado y con el ritmo perdido, no me salía nada, en parte por culpa de la actividad frenética de la mañana, que me había permitido limpiar la mesa de papeles., en parte por lo tonto del viaje de ida y vuelta. Conclusión: a eso de las seis menos algo nos fuimos a dar un paseo y a merendar.

Y como llevaba casi una semana sin pisar la piscina, qué mejor que rematar la tarde yendo a hacer unos largos-cortos de los mios. Bañador ceñidito para mostrar lorzas, gorrito ridiculo y gafas. "Hoy hay partido del Madrid....no habrá ni dios...", me dije. Iluso. Hombres, pocos, pero sus mujeres, todas.

De las 8 calles de la piscina, 2 eran "calle rápida", o sea, para los tarzanes de turno (no entro en el perfil), 4 calles para cursos de natación (sé nadar lo justo para flotar, así que no me hacen falta) y 2 "calles lentas", las que debe utilizar un tipo que a la tercera brazada ya está echando espuma por la boca. De las dos calles, la más próxima a la escalera de entrada, estaba atestada de señoras mayores, focas marinas embutidas en Speedos negros, ballenas varadas en los bordillos de ambas orillas de la pila. Ni se movían ni dejaban moverse.

Aquellos mamíferos marinos me estaban tocando lo que no suena, así que lo intenté en la calle de al lado. Imposible. Como la primera de ellas estaba tomada por la simulación de suicidio colectivo de ballenas y cachalotes, la segunda calle contaba con hasta 7 nadadores que se chocaban entre si intentando pasarse unos a otros, mientras de frente les aparecía algún nadador suicida. Simplemente imposible hacerse paso.

Conclusión: tras tan sólo 3 viajes a braza de 25 metros cada una, sali de la pila más caliente que el cenicero de un bingo. No me extrañaría que, con la calentura ciega con la que salí de allí, el agua de la piscina empezara a ebullir. Total, que fui a la piscina y lo único que logré fue ducharme.

Malditas ballenas. Para que luego digan que los japoneses hacen mal su trabajo.

1 comentario:

clandestino dijo...

Brigitte Bardot, que estaba muy buena, anda como loca en plan conservacionista de focas por el Atlántico Norte. Como te lea se querella, fijo. Salu2