lunes, 20 de julio de 2009

Vuelta al tanatorio.


Parece que la denominación "tanatorio" ha calado hondo. Muchos han expresado ser esa su primera impresión cuando entran en el recinto donde se situan los nuevos juzgados de lo social. Cuatro puertas donde yacen restos mortales y un largo pasillo donde pasean los muertos vivientes. Porque si por algo se caracteriza el tanatorio es porque está lleno de muertos. Un habitáculo cerrado, sin ventilación, sin vistas al exterior carente de toda vida. Bien pensado, para qué iban a querer un grupo de zombies encorbatados y/o con tacones ver vida en el exterior.

No piso el tanatorio, estación de metro o Castillo (según la nomenclatura que le de cada cual) desde el jueves a mediodía. Cuando salí de allí, rumbo al tranvía con parada con andén central en el registro del decanato, respiré profundamente. Viernes, sábado, domingo y lunes de celebración, de luz veraniega.

A partir de mañana, sin embargo, vuelve el maratón entogado, hora tras hora, esperando normalmente a la nada. Por regla general, el tanatorio me aburre soberanamente. De hecho, y no acierto a saber el por qué, cada mañana que paso allí dentro engorda mis ganas de salir cuanto antes cagando leches. Aún así, cuando entro por la puerta grande de Tres de Mayo saludo hasta a las baldosas, mirando de derecha a izquierda, de arriba a abajo. Y, para qué nos vamos a engañar, salvo contadísimas excepciones los saludos se pierden en el hiperespacio de la indiferencia. No es el castillo-tanatorio el sitio con individuos más simpáticos por metro cuadrado del mundo.

Menos mal que esta es la última semana del curso y que no volveré hasta primeros de septiembre. Qué ganas tengo de que empiece la semana colombino-colorín.

No hay comentarios: