Muchos dicen que Tenerife, a pesar de sus casi 850.000 habitantes, no ha dejado de ser un pueblo. No sé si es para tanto, pero al menos esta noche he descubierto que La Orotava es un pueblo en el sentido más estricto de la palabra, aunque los villeros nieguen la mayor y se consideren que habitan en el tercer o cuarto municipio de la isla, dando al lugar tratamiento de ciudad.
Fuimos al Auditorio Teobaldo Power. Mister Power, si viera en lo que han convertido su nombre, se estaría revolcando dentro de la tumba. La fachada rosada es la propia de cualquier edificio de pisos con más de treinta años y si no fuera por las letras doradas con el nombre del recinto en lo alto y por el cartel de "taquilla" pasaría completamente desapercibido. Ya dentro, la primera visita fue al baño, propio de un campo de concentración nazi, con una sucesión en forma de L de meaderos alicatados de metro y medio de altura con las tuberías a la vista. Prometo que el salón de actos del Instituto Viera y Clavijo de La Laguna no es mucho más pequeño, incluídas las dos alturas, que el recinto. Con un techo altísimo, una sucesión infinita de corrientes de aire, aderezado todo ello con unos asientos vintage de escay marrón decorado con chinchetas doradas, no se trata del sitio más confortable del mundo.
Hacía frío dentro, tanto que no me quité el abrigo, entre otras cosas porque al espabilado que organizaba el evento no se le ocurrió más genial idea que abrir sus puertas a las 20:55 cuando el inicio estaba previsto para las 21:00. En fin. Luego el frío físico debió trasladarse al patio de butacas, porque en mi vida he visto un público más frío y desabrido en un concierto pop. No tatareaba, no daba palmas, casi ni se movían.
Pero a lo que vamos. Como La Orotava es un pueblo, los pueblerinos (o magos) se conocían todos. Saludos, abrazos y demás. Y el pueblerino, cuando está entre los suyos, quiere dar la nota para que se hable de él. Nos quedaremos con dos: el mago listo y el mago tonto.
El mago listo apareció rompiendo mares entre los presentes, que lo conocían, con su chica, sus vaqueros, su camisa blanca bien ceñida y su americana de terciopelo azul. Moviéndose espasmódicamente, iba fila por fila, no sólo saludando, sino anunciando a todos los mortales la gracia de su visita. Como el show consistía, durante su segunda hora, en que anónimos individuos del público saldrían al escenario a cantar con la banda, él se había apuntado previamente, lamentándose de que no estaba entre las cantables la que llevaba ensayando hacía meses. Durante el concierto, y hasta que le tocó el turno, batía palmas y se movía para hacerse notar.
El mago tonto apareció más tarde, en el escenario, cuando subió con 2 más a cantar. Bueno, a hacer el payaso, más bien. Espídico, con los ojos fuera de órbita, quería ser más protagonista que los músicos, cosa que el público (que, faltaría más, le conocía) le premiaba con aplausos y vítores. Su paso por este blog no se hubiese producido si no fuese porque, tras su primera intervención, se subió al escenario hasta tres veces más. Cantaba mal, se adelantaba a la música, intentaba hacer imitaciones y quería acaparar protagonismo, más aún cuando el populacho se rendía a sus pies. En su cuarta aparición, el cantate, tras mandarlo a callar un par de veces, tenía cara de querele meter por el culo el mástil de su bajo eléctrico para luego sacar las cuerdas, una a una, por su bocaza. Pero el mago tonto, al que todo le daba igual, fue el más listo, porque tuvo protagonismo y mañana en el pueblo podrá presumir de su hazaña mientras se lanza su tercer Jhonny-Cola en el bar de la esquina
¿Y el mago listo? Pues resultó ser el más tonto de todos. Subió al escenario corriendo, eufórico, saludando a las masas, mostrándose en su elegancia innata de mago de Volskwagen Golf para, una vez frente al micrófono.....no saberse la canción, quedarse en blanco (que ya es difícil cuando se tiene la letras escrita delante de sus narices) y hacer el ridículo más espantoso. Antes de bajar tuvo tiempo de decirle al oído al cantante que se había ensayado otra, a lo que el primero respondió contando la confidencia al público con sorna, para mayor escarnio del individuo. A partir de ese momento, el mago y su chaqueta de tercipelo se enterraron, literalmente, en su asiento sin mover un sólo milimetro hasta el final. Mañana, al contrario que el otro, sus ansias previas de protagonismo se habrán convertido en el come-come del pueblo ante el tamaño de su ridícula actuación.
Para que luego digan que en Tenerife no quedan pueblos y sus elementos.