martes, 10 de agosto de 2010

El regreso (Madrid-Tenerife).

Sería sobre la una de la tarde cuando aterrizamos en Barajas. Pisar Madrid fue como llegar a tierra santa. De Madrid al cielo, dicen con razón, al menos en este caso. Aunque aquella tierra que parecía santa se convirtió en un pequeño infierno.

Primero había que pasar el control de pasaporte de viajeros no pertenecientes a la Unión Europea. Se hacía raro, siendo españoles y con nuestro pasaporte y DNI en la mano, tener que hacer cola con el resto de extranjeros no comunitarios pero, claro, es lo que tiene viajar con dos aún etíopes de nacionalidad, lo que nos costó algunos minutos de espera, dulcificada por la presencia y las palabras de aquella pareja de maduros futboleros argentinos con los que compartiamos viaje de ida a Estambul y regreso desde la misma ciudad. Se hace raro rellenar la ficha de entrada a España y mostrar el pasaporte como un extranjero en su propio país.

En la cinta de recogida de equipajes llegó la primera noticia desagradable. Las dos maletas, la azul y la negra, compradas ex profeso para el viaje, no llegaban. Ya la azul había pasado por el trámite de su pérdida temporal en Addis Abeba aunque finalmente terminaría apareciendo a los tres o cuatro días de nuestra llegada. Esta vez, sin embargo, no aparecieron. Un par de semananas después, la azul, otra vez la azul, apareció en una esquina del aeropuerto de Los Rodeos. La otra nunca apareció, curiosamente la que contenía las cosas de mayor valor. A estas alturas aún no sabemos si se quedó en Estambul o si disfruta del DVD portatil, las películas, la plancha del pelo y la ropa algún maletero con domicilio en el cinturón industrial de Madrid.

Tras interponer la correspondiente reclamación en la ventanilla, junto con nuestros compañeros de viaje, a los que también perdieron parte de su equipaje, los acompañamos hasta la puerta de salida, donde iban a buscar ese coche que once días antes habían dejado aparcado y que los trasladaría a su Murcia de residencia. Aquel momento de la despedida resultó tremendamente conmovedor. Durante todo el viaje, vuelos, esperas, estancias, comidas, paseos, risas, nos hicimos inseparables. Las lágrimas emocionadas fueron inevitables con los abrazos y los besos. Hoy aquella niña Lensa, ahora Victoria, vive feliz con sus padres adoptivos Ginés y María José.

Así, después de once días, llegó el momento de encontrarnos sólos. Un carro de esos de cargar maletas llevaba nuestro único y salvador bolso de mano, al mayor de los dos niños y un montón de ansiedad. El otro, como siempre, apretado contra el pecho de la madre. No quería que yo lo cogiese, casi que ni me acercara. Hoy no se despega de ninguno de los dos. Un vistazo en internet y a las pantallas del aeropuerto sirvió para comprobar que la vuelta a casa sólo era posible en tres opciones: o con ese vuelo que salía en 25 minutos y que, por tanto, era humanamente imposible de contratar; o con aquel otro que salía en apenas una hora, pero cuyas plazas estaban todas compradas; o la última opción, que partía desde tierras peninsulares a las 19:25, operado por Air Europa. Quedaban plazas libres y casi tres horas para que partiese, así que era la mejor (la única, más bien) posibilidad de regresar.

Recuerdo un simulacro de almuerzo en uno de los bares de Barajas, esos en los que te tienes que servir pero que pagas como si tuvieses una pléyade de camareros a tu disposición. Niño en un brazo, bandeja en la otra. Bocadillos de tortilla, botella de agua, batido de chocolate, compota de fruta y seguramente algo más. Nuestra primera comida en casi 24 horas que devoramos más por obligación que por ganas reales de comer. De ahí a la búsqueda de los billetes.

No pudimos cerrar el vuelo de regreso Madrid-Tenerife antes de hacer el viaje de ida. Apenas pasaron 30 horas desde que recibimos la llamada diciéndonos que viajabamos el sábado siguiente sin fecha cierta de regreso. Lo cierto que es debíamos haber regresado un par de días después, incluso con riesgo de pasar al menos la Nochebuena en Addis, pero una gestión de nuestro compañero de viaje a cambio de no montar un numerito por el hotel asignado en primer momento nos sirvió para que los trámites se agilizaran y salieramos de allí antes de lo previsto. Así que la única solución era la de improvisar sobre la marcha el vuelo a Tenerife, el cual tampoco nos atrevimos a hacer por internet en Etiopia a riesgo de perder el vuelo y el dinero por aquello de los retrasos y las conexiones aéreas.

Seguramente, la mayor de las sonrisas que esbocé aquel día fue a la empleada de Air Europa que estaba detrás del mostrador. Era la viva imagen de la cumplida necesidad de volver a casa, como si llevara tatuado en la frente "conmigo viajarás a Tenerife". Cuatro pasajes, dos adultos, dos niños. Último problema del día: los niños no pueden viajar como residentes canarios. La única documentación que tenemos es el pasaporte etíope con un visado temporal de entrada a España. Los padres pueden ser de Canarias, vivir en Canarias y llevarse los niños a Canarias, pero para las compañias aéreas sólo acredita la condición de residente el carnet de identidad o el certificado de residencia. Sólo el coste de los dos pasajes de los niños (supuestamente tasas aeroportuarias e impuestos) costaron tanto dinero como los dos billetes adultos. Los quinientos y pico euros más satisfactoriamente gastados de nuestras vidas.

Otra hora y algo de retraso de nuevo antes de coger el último avión. Más relajados y menos caóticos, agotados los cuatro, el viaje fue una balsa de aceite comparado con los dos anteriores. "Señores pasajeros, en breves minutos tomaremos tierra en el Aeropuerto Tenerife Norte", sonaron los altavoces mientras que por las ventanas se atisbaban las primeras luces artificiales de Santa Cruz. El puerto, el estadio, la autopista, los centros comerciales, Geneto, Los Rodeos. Tierra.

Íbamos ligerísimos de equipaje, pero lo suficientemente previsores. En el bolso de mano, algunos pañales, compotas, pañuelos, toallitas higiénicas y las dos camisetas del Tenerife que les había comprado a los niños poco después de conocer que nos los habian asignado. Era una especie de promesa: cuando pisen Tenerife por primera vez lo harán vestidos del Tenerife. Las cosas de tener un padre futbolero. Hoy, los dos ya son abonados.

Antes de bajar por las escaleras que nos llevaban a la zona de cintas, en la que no paramos, les pusimos las camisetas sobre la ropa que llevaban. Durante el viaje soñábamos cómo sería el recibimiento, quién habría ido, qué sorpresa nos tendrían reservada. Justo antes de salir, justo terminando de bajar las escaleras, en ese momento en el que la puerta de abre por el paso de otros pasajeros, eché un vistazo al exterior. "La que hay montada ahí fuera", dije.

Una pancarta de papel marrón, pintada de colores, y muchos globos nos daban la bienvenida a los cuatro en la barra plateada que separa a los que esperan de los esperados. Padres, madres, hermanos, sobrinas. Gritos y lágrimas de alegría. En este momento sería absurdo poder describir lo indescriptible. Un momento único de sensaciones irrepetibles. El sueño ya estaba aquí. Nosotros respirabamos aliviados después de once días a miles de kilómetros de casa y de casi 24 horas de viaje. Los nuestros lo hacían por vernos sanos y salvos, felices con sus dos nuevos nietos/primos/sobrinos. Los nuevos Alonso. Los nuevos Báez. Los Alonso Báez comenzaban su vida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué curioso,en los últimos años he hecho más de 50 vuelos con Turkish y unos 30 y pico con Ethiopian Airlines a Addis.Jamás me ha sucedido nada ni me han perdido el equipaje.Será cuestión de suerte.¡Enhorabuena por su paternidad!

tu hermanilla (de plátano) dijo...

Qué curioso rememorar ahora ese día de la llegada. Fue tan emocionante.....No sabría decir si el día más feliz de mi vida fue cuando me llamaste para decirme que les habían asignado a los niños o el día de la llegada. En el primer caso lloré bastante más, supongo que porque en el segundo caso ya era un regreso esperado.
En cualquier caso, de momento, el día más feliz de mi vida está ligado a mis conguitos. Se supone que eso solo podría superarlo con una boda, con dar a luz a tu propio hijo, o con traerlo de lejos, pero lo de los conguitos va a ser difícil de superar! :) :)

Anónimo dijo...

¿Conguitos?