lunes, 12 de octubre de 2009

Una de Ibérico.

Casi podría llegar a afirmar que lo mejor del Parador de Las Cañadas no es el hotel, ni el entorno en el que se encuentra, sino el maitre de su restaurante. Comer allí es una gozada, no sólo porque por el ventanal nos vigila imponente el Teide, sino porque la calidad de la carta es simplemente espectacular.

El sábado compartimos minutos de almuerzo (de espacio vital, ojo) con la ministra Cristina Garmendia, que pasaba por allí desconocedora de la reivindicación presupuestaria que más abajo, en este mismo blog, hacía el comensal de la mesa de detrás. El domingo, el repelentísimo y más cursi que Colorín, Juan Cruz compartía mesa con Manuel Vicent, una periodista de Televisión Española (el presentador del Telediario del fin de semana es bajito....), dos sujetos sin identificar y una señora con una gorra azul con letras colgada en su silla, en la que podía leerse "Ser portuense".

El sábado, al llegar al restaurante, se nos presentó el Maitre, con señor bajito con aspecto de gnomo rubio. Tras entregarnos la carta, el recitar de las viandas a degustar era seguido por un "será un placer" por su parte.

El sábado, ligeramente pasadas las nueve de la noche, nos sentamos en la mesa previamente reservada, con absurdas vistas a los reflejos del restaurante, ya que aunque de frente estaba el Teide, como es lógico a esas horas, fuera no se atisbaba el más mínimo resquicio de luz.

"Buenas noches, señores. Su habitación es la 115. ¿Qué van a tomar?".

Tras minutos de deliberación habiamos decidimos no tomar aperitivo (el almuerzo había sido opíparo), sino pasar directamente al plato principal, pero para el señor Maitre eso era inconcebible: "Eso no es forma de aprovechar la pensión completa, señores. Les podemos poner media de almogrote con queso fresco."

Esa sugerencia fue seguida con un gesto de desaprobación por mi parte y con un "umm, no me gusta el almogrote". A esa frase, el maitre-gnomo respondió rápidamente. Puso una de sus manos sobre la carta que reposaba sobre la mesa y espetó "Pues yo pongo ahora la mano aquí y usted me clava un tenedor, que tampoco me gusta".

Ésta es la mía, me dije. "Bueno, pues nos va a poner un plato de ese jamón ibérico (veintipico euros) de la carta". Eso no va incluído en la carta de la pensión completa, se apresuró a decir....para decir a continuación "pero me voy a hacer el escandinavo y voy a colar un poco de jamón como plato incluído".

Pues con esas, tocaba esperar por el poco de jamón. Al par de minutos apareció el camarero de Carabobo, chaleco amarillo, con un platito con dos montaditos de ibérico. Otro par de minutos para tragarlos. Pues bueno, el maitre se ha enrrollado, pensé. Y pensé mal.

A los cinco minutos, el camarero del fajín rojo, vestido de mago de la Orotava, nos suelta sobre la mesa un plato de cuarenta centímetros de diámetro lleno de jamón. Lonchas finas, jugosas, olorosas.

"Eeehh....ummmm.....creo que hay un error. Esto no es para nosotros.....ya nos han traído el jamón.....", dije con la cara más roja que el jamón del plato.

"No, señor. Lo de antes era el aperitivo."

Toma, toma. Un plato de ibérico que perfectamente podía haber dado de comer a toda la sala diciendo cómeme sólo a mi. Si no estaba todo el cochino en el plato, poco le faltaba. Una hartada de colesterol.

Cumplió el maitre. El ibérico apareció en el plato y no en la factura. Pena no haber podido despedirnos de él para agradecerle el gesto.

1 comentario:

clandestino dijo...

Pero si el jamón ibérico de bellota no tiene colesterol ....