martes, 9 de diciembre de 2008

Desesperanza.

Mientras esperábamos estoicamente nuestro turno para celebrar nuestros apasionantes juicios del día con dos horas de retraso sobre los horarios previstos, un grupito formabamos un círculo en mitad de la sala en el que nos quejábamos amargamente del estado de la Administración de Justicia. Mientras esperaba que mi juicio de las 11:30 horas se celebrase prácticamente a las 13:45, reflexionábamos sobre el nivel existente, sobre lo que se encuentra el profesional del derecho día a día en el ejercicio de su profesión cuando se enfunda la toga y, en consecuencia, con lo que sufre (y a los que sufre) el administrado, el cliente de la Justicia, aquel que acude a lo mejor una vez en la vida y se lleva el recuerdo de una espera de horas en un pasillo para celebrar un juicio de cinco minutos, a toda prisa, y donde se va con la sensación de que no le han hecho ni puto caso. Lo cierto es que, tristemente, esa sensación es algo más que eso y, efectivamente, no le hacen ni puñetero caso. Usted es un número más. Celebremos 20 juicios al día y hagámoslo rápidito, que a las 3 tengo que recoger a los niños del cole.

Sinceramente, y sin ser hipócrita ni cobarde, esto cada vez está peor. Lo de la falta de medios, para justificar los continuos retrasos en el funcionamiento de la Justicia, es una mentira tan grande como que mañana es 15 de agosto. Huelgas corporativistas y reivindicaciones de cara a la galería. Hace falta trabajar más, no tener más medios materiales. Más llegar temprano, más trabajarse el respeto del ciudadano a la Justicia.

Acudir en busca del auxilio judicial cada dia es una mayor aventura. Cada vez todo es más incierto, porque se corre el riesgo absurdo de que lo que es blanco sea negro y viceversa, muchas veces por desconocimiento o falta de preparación. Y luego, acudir a las más altas esferas es perder el tiempo de manera lamentable. Me gustaría que más de uno se sentara con nosotros, los profesionales, en nuestros despachos y que se los explicaran a nuestros clientes. O que se pasaran las horas de estudio con nosotros de esos casos que se liquidan en 2 líneas de sentencias potencialmente anulables.

Esta es una percepción general. Todos los días se repite en los corrillos la misma conversación. El que diga que no, miente como un bellaco. Pero, a veces la cobardía cómplice, otras veces la necesidad de seguir pagando casa y coche, hace que haya un silencio en el colectivo dificil de explicar. Que no vamos a arreglar nada seguro, pero, coño, al menos hacernos oír y que no nos sigan tomando como al pito del sereno. Se nos falta al respeto, como personas y como profesionales.

Esta mañana, uno de esos compañero del corrillo, uno de los habituabilísimos, me decía que su sentimiento en esta materia era de desesperanza, porque todo es aún susceptible de empeorar. Tiene razón.

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