Hay dos opiniones confrontadas respecto al futuro de este renacido blog. Una, que me dice que siga en la misma línea; la otra, me invita a moderar el lenguaje (mejor, las expresiones y adjetivos calificativos), insinuando más que mostrando. O sea, que me hacen elegir entre seguir diciendo que alguien puede ser un hijo de puta o calificarlo como el vástago de una mujer que ejerce una actividad comercial consistente en la transacción de sexo a cambio de dinero. Pornografía o erotismo. El devenir de los días y, fundamentalmente, de mi ira hará el camino del blog, así que no prometo nada.
Esta semana se presenta como la última semana de locura pre-vacacional. El mes de julio, a priori, se presenta tranquilo y pasada la primera semana ni siquiera van a ser necesarias las visitas diarias al tanatorio de lo social, lo que es un respiro para quien cada vez le gusta menos pulular por allí. Después de estás últimas cinco semanas hasta el primero de agosto, teléfono móvil out y cholas de playa in. Ni voy a estar, ni se me va a esperar.
El sábado fue el festival de fin de curso en la guardería de Sisay. No hay duda de que, a pesar de que físicamente no se parecen demasiado, son hermanos. La capacidad de ambos para desarrollar un mínimo talento artístico ante un público desconocido y masivo es absolutamente nula. Si Tama, en el acto del colegio de hace un par de semanas, literalmente se quedó clavado sobre el escenario tras ejecutar (en el sentido de ajusticiar) los primeros pasos de una ranchera, Sisay nada más salir al backstage (?) se puso a llorar para quedar relegado a una lacrimógena esquina del escenario. Sólo los brazos reparadores de mamá calmaron sus ánimos. Parece que el poco gusto por los actos públicos lo heredarán del padre. Lo que la biología no me ha dado, al menos que me lo de lo de el uso y la costumbre.
Cuando hace seis meses decía que Tama hablaría español cuando terminaran las clases, lo decía con la boca pequeña. "Son como esponjas", repetía (y repite) la gente una y otra vez. Hace sólo 187 días, un ridículo periodo de tiempo, no decía ni media palabra en castellano. Ahora no sólo lo entiende perfectamente, sino que mantiene una conversación con un vocabulario que ya quisiera alguno de esos elementos de gorra de visera calada, camiseta de asillas y pantalones caídos para enseñar la goma de los calzoncillos. Además, empieza a asimilar algunas pequeñas cosas del día a día. Ya pregunta el porqué trabajo, el porqué lo hago todos los días y porqué lo hago dos veces al día en lugar de mamá, que sólo lo hace una. Hoy, antes de dormirse en el sofá beig y azul del salón y empezar a soñar quién sabe con qué, me ha preguntado "Papá, ¿mañana tienes juicio?". Suena un suspiro.
Esta semana se presenta como la última semana de locura pre-vacacional. El mes de julio, a priori, se presenta tranquilo y pasada la primera semana ni siquiera van a ser necesarias las visitas diarias al tanatorio de lo social, lo que es un respiro para quien cada vez le gusta menos pulular por allí. Después de estás últimas cinco semanas hasta el primero de agosto, teléfono móvil out y cholas de playa in. Ni voy a estar, ni se me va a esperar.
El sábado fue el festival de fin de curso en la guardería de Sisay. No hay duda de que, a pesar de que físicamente no se parecen demasiado, son hermanos. La capacidad de ambos para desarrollar un mínimo talento artístico ante un público desconocido y masivo es absolutamente nula. Si Tama, en el acto del colegio de hace un par de semanas, literalmente se quedó clavado sobre el escenario tras ejecutar (en el sentido de ajusticiar) los primeros pasos de una ranchera, Sisay nada más salir al backstage (?) se puso a llorar para quedar relegado a una lacrimógena esquina del escenario. Sólo los brazos reparadores de mamá calmaron sus ánimos. Parece que el poco gusto por los actos públicos lo heredarán del padre. Lo que la biología no me ha dado, al menos que me lo de lo de el uso y la costumbre.
Cuando hace seis meses decía que Tama hablaría español cuando terminaran las clases, lo decía con la boca pequeña. "Son como esponjas", repetía (y repite) la gente una y otra vez. Hace sólo 187 días, un ridículo periodo de tiempo, no decía ni media palabra en castellano. Ahora no sólo lo entiende perfectamente, sino que mantiene una conversación con un vocabulario que ya quisiera alguno de esos elementos de gorra de visera calada, camiseta de asillas y pantalones caídos para enseñar la goma de los calzoncillos. Además, empieza a asimilar algunas pequeñas cosas del día a día. Ya pregunta el porqué trabajo, el porqué lo hago todos los días y porqué lo hago dos veces al día en lugar de mamá, que sólo lo hace una. Hoy, antes de dormirse en el sofá beig y azul del salón y empezar a soñar quién sabe con qué, me ha preguntado "Papá, ¿mañana tienes juicio?". Suena un suspiro.
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