sábado, 13 de febrero de 2010

Através de sus ojos.

Poco me acuerdo de mi pasado. Normal, sólo tengo poco menos de cuatro años y a esta edad, comprenderán ustedes, no todos los recuerdos se mantienen frescos. Además, en cuestión de un par de meses un montón de cosas me han pasado. No recuerdo cuando llegué a la capital desde mi sur natal, ni sé cómo terminamos mi hermano y yo en una casa rodeado de más niños. Quizás nunca llegue a saberlo.

De repente, y sin saber muy bien porqué, nos vimos de mano de una pareja de piel pálida, distinta a la nuestra, que se agachaban y me decían cosas que no entendía. Yo opté por agachar la cabeza y no soltar ni una sola lágrima -dignidad ante todo- cuando entré a aquel coche blanco, pero mi hermano no dejó de llorar durante días.

Aquellos dos desconocidos nos metieron en una habitación, nos cambiaron la ropa y nos llevaron a un jardín a jugar a la pelota. Bueno, realmente jugaba yo, porque mi hermano se quedó dormido, cansado después de tanto llanto desesperado. Un señor con pelo en la cara me achuchaba, me daba golosinas y me había puesto una gorra. Antes, en la habitación, encontré un montón de muñecos y, por si acaso no volvía más por allí, me los apropié enseguida.

De repente empecé a ver un montón de cosas que me dejaban boquiabierto. Resulta que aprietas un botón en la pared y el sol comienza a brillar en el cielo, pero si lo vuelves a apretar se hace de noche. Después me llevaron a un sitio donde, accionando unas palancas, salía agua. Nunca había visto tanta junta. Aún más, esos pálidos me sentaron en una silla donde, después de hacer caca, apretabas un botón y la caca se marchaba. Durante un montón de días me dediqué a experimentar con todo aquello tan raro, era algo novedoso.

Los dos extraños se empeñaban en que los llamara "papi" y "mami". No sabía que significaba, pero si se empeñaban, porqué no darles el gusto, así que empecé a llamarlos así. Todos los días me bañaban (ja, como si yo no supiera hacerlo solo), me vestían y hasta me ponían por la cabeza un agua que olía muy bien. Me fui acostumbrando a aquella rutina, aunque no podía salir a la calle a ver gente como yo, teniéndome que conformar con jugar con un montón de niños que llegaron un poco más tarde en un cuarto con un suelo que rascaba cuando me tiraba encima de él.

La verdad es que me gustaba estar con aquellos extraños. Cuando me daban de comer me pedían, por señas, claro, que me lavara las manos. Yo me lavaba las manos, los brazos, la cara, el pelo...y me decían que no, que bastaba sólo con la boca y las manos: qué gente más rara. Lo que más me gustaba es que, cuando tenía las manos mojadas, las metía debajo de una cosa que soplaba muy caliente y las manos se secaban. Cómo me gustaba aquello y cómo me gustaría tener uno donde vivo ahora.

Me daban punyis (globos, se empeñaban en decirme ellos) y unos palos de colores que dejaban manchas en las paredes y en el suelo.

Pero un día, nos cogieron a mi y a mi hermano, y durante un montón de horas nos metieron en un sitio cerrado, lleno de gente durmiendo, donde se empeñaron en que tenía que ir atado a una silla con una correa. Yo me liberaba, saltaba encima de la silla, me metía debajo y lloraba para demostrarles que a mi no había quien me atara de aquella manera. "Papi"se enfadaba conmigo, pero no se daba cuenta de que no le entendia. Mi hermano, sin embargo, vivía muy feliz en el regazo de la otra extraña, durmiendo y bebiendo leche. Muchas horas más tarde, de noche y después de que nos pusieran unas camisas blancas con un escudo a la altura del corazón, un montón de gente con punyis gritaba a nuestro alrededor. Seguramente habriamos llegado a algún sitio, ya lo iría descubriendo.

Los primeros días me sentí agobiado. Me presentaron a un montón de gente a la que se empeñaban en que les llamara "abuela", "tio", "tia"., "jose".....¿pero cuánta gente con el mismo nombre hay en este sitio? Me van a volver loco. Me dieron cajas envueltas en papel llamativo para que lo rompiera, las calles estaban llenas de luces, la gente me daba cosas que no sépara que sirven....un día vi hasta camellos que tiraban caramelos. Sin embargo, a día de hoy nadie me ha explicado porque aquello de repente dejó de ser así.

Los días han ido pasando desde entonces. Mi hermano sigue durmiendo y bebiendo leche, pero no sé qué le ha pasado, porque ya no llora como antes. Entiendo mucho más a aquellos extraños, que ya no lo son tanto; me llevan a una cosa que se llama "cole" donde hay una tal "Filo" y un montón de niños que ni me entienden, ni los entiendo. Me han sacado sangre, me han dado a beber líquidos amargos. He dejado de hacer "sese" para hacer "pipí", de pedir "wuja" para pedir "agua" y de comer "davo" para comer "pan". Me gusta el chocolate y decir palabras como "cállate", "ven aquí", "toma", "dámelo" o "no quiero". Incluso, ya no me subo en un "makine", sino en un "coche". Me lavo los dientes dos veces al día y, la verdad, entre nosotros, aquello de apretar un botón y ver correr el agua ha dejado de gustarme.

Cuando "papi" llega a casa me gusta que me suba "amú" y ver cómo mi hermano abre los brazos para recibirle en la puerta. A "mami" ahora la llamo mamá y, aunque a veces parece cómo si la desesperara, sé que me quiere mucho. Yo les sonrió y les digo que les quiero mucho muchísimo. Y parece que eso les gusta.

2 comentarios:

eclair dijo...

Fantástico.

Anónimo dijo...

Vale perraco y se supone que el tiernito soy yo...

Un abrazo, te tengo que llamar pa contarte del asunto común.