Cuando conseguimos entradas para ver a Les Luthiers en una fila 2, junto al pasillo central, del Auditorio lo celebramos. Estaríamos cerca del escenario, con una magnífica vision y mejor acústica. Que el Auditorio de Calatrava es incómodo y poco funcional es público y notorio. Ya se han escrito cientos de páginas sobre ello. Las entradas al recinto son escasas, el hall es el mayor campo de pulmonías de la isla, apenas hay 3 o 4 puertas para llenar o desalojar la sala sinfónica y la separación entre filas de butacas es tan escasa que cada vez que alguien quiere entrar o salir de su localidad debe levantar a toda la bancada.
Pero ese no es el único mal del Auditorio de los 7.000 millones de pesetas. La fila 2 de la sala sinfónica, la que estaba cerca del escenario, la de la buena acústica, es una auténtica mierda. Algún cabeza (mal)pensante tuvo la genial idea de llenar la sala de filas de bancos para aprovechar los espacios, sin darse cuenta que las 2 primeras filas no están escalonadas en altura. Esto es, mientras que las tropecientas filas restantes están escalonadas, de modo que el que se siente detrás no sufra la cabeza o la melena de quien le sucede delante, eso no ocurre en la fila 2, que está a la misma altura que la primera fila. De este modo, o se sienta una pareja de pigmeos delante, o es prácticamente imposible ver nada de lo que ocurre apenas 10 metros delante.
Nada más sentarnos, y tras levantarnos unas 25 veces en 10 minutos, me di cuenta de la situación, aunque nos engañábamos a nosotros mismos: vendrá alguien bajito.... Los cojones. Al rato aparece la pareja fashion-victim de turno y se nos coloca delante. Él, con melena engominada; ella con melena rubia. Para ver algo, había que alongarse sobre el brazo derecho, dejando medio cuerpo dentro del pasillo central, o intentar ver algo en el espacio restante entre sus cabezas. Eso si, ésta última opción, sólo cuando la pareja de tortolitos pijos santacruceros no juntaban las cabecitas riendo las gracias de los intérpretes o contándose confidencias. Y a todas éstas, todas las entradas vendidas.
Las 2 primeras piezas aguantamos en dicha situación hasta que, oh milagro, los asientos de la fila inmediatamente superior, esta sí en altura, se encuentran vacías. ¿Todo el papel vendido y 2 asientos vacíos? Gracias, amigos incomparecientes, por hacer posible la salvación del espectáculo. Aprovechando el apagón de luz entre acto y acto, dimos un salto mortal hacía atrás y nos cambiamos de localidad con todo el morro. Y ahora que vengan a echarnos, pensé.
A partir de ahi pudimos disfrutar del espectáculo de Les Luthiers, perfecto, milimétrico, virtuoso, genial e hilarante como siempre. Esta misma obra ya la habiamos visto en Madrid en Mayo del pasado año, pero una obra de Les Luthiers no pierde frescura e ingenio aunque se vea mil veces. Carcajadas y aplausos para acabar un jueves.
Eso si, recuerden, ni se les ocurra comprarse una fila 2.
Pero ese no es el único mal del Auditorio de los 7.000 millones de pesetas. La fila 2 de la sala sinfónica, la que estaba cerca del escenario, la de la buena acústica, es una auténtica mierda. Algún cabeza (mal)pensante tuvo la genial idea de llenar la sala de filas de bancos para aprovechar los espacios, sin darse cuenta que las 2 primeras filas no están escalonadas en altura. Esto es, mientras que las tropecientas filas restantes están escalonadas, de modo que el que se siente detrás no sufra la cabeza o la melena de quien le sucede delante, eso no ocurre en la fila 2, que está a la misma altura que la primera fila. De este modo, o se sienta una pareja de pigmeos delante, o es prácticamente imposible ver nada de lo que ocurre apenas 10 metros delante.
Nada más sentarnos, y tras levantarnos unas 25 veces en 10 minutos, me di cuenta de la situación, aunque nos engañábamos a nosotros mismos: vendrá alguien bajito.... Los cojones. Al rato aparece la pareja fashion-victim de turno y se nos coloca delante. Él, con melena engominada; ella con melena rubia. Para ver algo, había que alongarse sobre el brazo derecho, dejando medio cuerpo dentro del pasillo central, o intentar ver algo en el espacio restante entre sus cabezas. Eso si, ésta última opción, sólo cuando la pareja de tortolitos pijos santacruceros no juntaban las cabecitas riendo las gracias de los intérpretes o contándose confidencias. Y a todas éstas, todas las entradas vendidas.
Las 2 primeras piezas aguantamos en dicha situación hasta que, oh milagro, los asientos de la fila inmediatamente superior, esta sí en altura, se encuentran vacías. ¿Todo el papel vendido y 2 asientos vacíos? Gracias, amigos incomparecientes, por hacer posible la salvación del espectáculo. Aprovechando el apagón de luz entre acto y acto, dimos un salto mortal hacía atrás y nos cambiamos de localidad con todo el morro. Y ahora que vengan a echarnos, pensé.
A partir de ahi pudimos disfrutar del espectáculo de Les Luthiers, perfecto, milimétrico, virtuoso, genial e hilarante como siempre. Esta misma obra ya la habiamos visto en Madrid en Mayo del pasado año, pero una obra de Les Luthiers no pierde frescura e ingenio aunque se vea mil veces. Carcajadas y aplausos para acabar un jueves.
Eso si, recuerden, ni se les ocurra comprarse una fila 2.