jueves, 7 de diciembre de 2006

Puente

Creo que fue en el anterior “puente” (el de la Hispanidad) cuando leí al ínclito Andrés Cháves en El Día. En su pequeña columna diaria escribía que él nunca había hecho puente, que nunca le había dado permiso a ninguno de sus empleados para que lo hiciesen y que, aún más, los puentes eran cosa de vagos, pobres y maricas. Increíble pero cierto.

Ni que decir tiene que discrepo con las afirmaciones del sujeto en cuestión, personaje siniestro dónde los haya.

El “puente” es una oportunidad única del obrero, en el amplio sentido de la palabra, de acumular más tiempo de descanso a su repleta jornada laboral. De completar unas vacaciones de verano ya lejanas y probablemente frustradas por los achaques de la suegra, la caída del niño y los dolores de cabeza de la parienta.

Estas fechas son una magnífica oportunidad para hacer un viaje casi improvisado con ese dinerillo de última hora que ha entrado en nuestras arcas y que, de no gastárnoslo en nosotros, acabarían financiando los regalos navideños de ese primo lejano que sólo vemos en bodas, bautizos, funerales y, por supuesto, Navidad. Cuatro o cinco días de “puente” de diciembre suponen una desintoxicación a priori de lo que se nos acerca a partir de la próxima semana en forma de compras compulsivas, colas en los centros comerciales y peleas para conseguir el juguete de moda esta temporada.

Este Gobierno progre que tenemos debería atender a sus inclinaciones masonas y declarar festiva toda la semana. Así, en estas fechas, iríamos preparando nuestros cuerpos y nuestras mentes para la explosión de “amor” que se nos avecina. Al carajo la productividad del país; viva el descaso generalizado.

Pero hoy me he vuelto a levantar a las 6:30 de la mañana, me he vuelto a saltar el desayuno por las prisas y volveré a comer en alguna infecta cafetería de Santa Cruz. No me he encontrado coches en la autopista. El recorrido que habitualmente hago en 35 minutos lo he hecho esta mañana en apenas 10. Mi único lujo en jornada de “puente” es relajar mi indumentaria y prescindir de algunas ataduras absurdas.

Quizás el año que viene. Qué será de mi por entonces…

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