sábado, 16 de diciembre de 2006

La discoteca

Aunque nunca fui muy novelero, me gustaba salir con los amigos. Ahora los amigos se han marchado, cada cual tiene su propia vida y, al menos físicamente, nos hemos distanciado unos de los otros. Nos gustaba salir a sitios donde, además de tomar algo, podíamos echarnos unas risas y conversar tranquilamente. Aunque el ruido de las conversaciones ajenas o la música tuviesen un nivel más o menos elevado, elegíamos determinados bares (siempre los mismos). No recuerdo haber ido con ellos nunca a una discoteca. Recuerdo las, creo, tres únicas ocasiones en las que asistí a uno de esos locales. La primera vez fue porque la entrada y la primera copa eran gratis, en un local de moda en Residencial Anaga que ni siquiera se si existe aún. La segunda vez fue en el sur, en el mismo corazón del "imperio del mal", en la avenida de Las Verónicas en Playa de Las Américas, entre británicas ansiosas de carne fresca. La tercera, apenas quince minutos en un local de La Laguna que, con el tiempo, precintó la Policía Local. La única vez que intenté llegar al "Nooctua", después de casi 1 hora de atasco y a las 3 de la mañana, bajé del coche que me llevaba en el aparcamiento, pise el suelo y pedí un taxi de regreso a casa.

Después de muchos años, volví a ir a una discoteca ayer. Cena con compañeros de trabajo, nada oficial, muchas risas y poco más. Después de cenar, visita al "Tao", una discoteca que está en lo que antaño eran los cines Rex, local de solera de Santa Cruz. Cine, luego una bolera, un restaurante amaricano y, ahora, bolera y discoteca. Bonito local.

00:15 horas. La subida de las escaleras de madera se adorna con un vómito reciente y pestilente. La arcada me duró poco, pero me la produjo.

Dentro, un ambiente oscuro, con una gran barra, como un ring de boxeo, en mitad del local. 4 barras. Asientos a los lados del recinto, al modo de reservados, y una especie de escenario adornado por una inmensa figura de un Buda dorado de atrezzo. A pesar de la prohibición de fumar y de la presencia de numerosos "matones" de camisetas negras marcando músculo, la gente fumaba de manera más o menos clandestina.

Me sorprendió algo que no me esperaba. Cuando uno acude a un lugar como éste lo que se espera encontrar es gente jóven. Al contrario, el Tao es un recinto encarnado en cementerio de elefantes bailarines y bebedores. Con una edad media de más de 50 años, los menores de 40 eran rara avis. Muchas cenas de trabajo y alguna que otra boda acabarían (o empezarían, quién sabe) la noche en el local.

La fauna nocturna discotequera es variada y pintoresca. Desde los dos sujetos solitarios que pasaban el escaner de sus ojos encarnados a todo culo femenino que pasase por delante de ellos, hasta el tipo de la camisa de cuadros y calva incipiente que se movía de manera espasmódica. Este sujeto en cuestión bailaba siempre de la misma manera. Le daba igual que fuese tecno, pop, salsa, rock o la Yenka: movía la cadera hacia los lados y, con sus manos, parecía simular que portaba una maraca, agitándolas a la altura de la cintura.

También estaba el grupito de feos que se abalanzan sobre las niñas guapas para decirles piropos de mejor o peor gusto, y hasta algún conocido mio que, al estar allí presentes, me hacía ver lo bajo que había caído ese local a pesar de su fama.

Afortunadamente, en la discoteca no se hace la compra diaria, porque no habría bolsillo que soportase pagar por 2 rones con cola y una cola sola 13 euros. El Santa Cruz "la nuit", en locales como ese, es para niños (o señores) pudientes, visto lo visto.

Apenas 2 horas allí. Risas, afonía y llanto en los ojos por el humo. A la salida, aquella señora de más de 60 que a la altura del reloj de flores me había preguntado, antes de llegar, dónde estaba la discoteca, era sujetada por un par de compañeras de andanzas nocturnas con un whisky en las manos para que no se cayese de bruces en la acera por culpa del brebaje mientras yo, en tono irónico y abusando un poco de su estado, le espeté: "esta juventud de hoy...."

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