martes, 19 de diciembre de 2006

Mi amigo el troll

Según Wikipedia:

"En la terminología de Internet, un troll (a veces trol) es una persona que escribe mensajes groseros u ofensivos en Internet, por ejemplo en foros, para interrumpir la discusión o enfadar a sus participantes. La palabra también se usa para describir dichos mensajes. [...]

La característica distintiva del comportamiento de un troll es la percepción del intento por trastornar a la comunidad de algún modo: escribir mensajes incendiarios, sarcásticos, disruptivos o humorísticos destinados a arrastrar a los demás usuarios a una confrontación infructuosa. Cuanto mayor sea la reacción de la comunidad, más probable será que el usuario vuelva a comportarse como un troll, pues irá creyendo que ciertas acciones logran su objetivo de provocar el caos. [...]

En su forma más común como púlpito personal con la posibilidad de que cualquiera deje comentarios, los weblogs populares resultan con frecuencia eficaces trampolines para los trolls, mediante comentarios incendiarios o entradas provocativas. La facilidad con la que los weblogs pueden ser enlazados anima a la propagación del troll. [...]

Los «trolls» autoproclamados pueden designarse a sí mismos como abogados del diablo, tábanos sociales o «alborotadores culturales», desafiando el discurso dominante y las asunciones de los foros de discusión en un intento de romper el status quo de pensamiento grupal: el sistema de creencias que prevalece en su ausencia."

Pues nada; parece que tengo un amigo que no sabe en qué gastar su tiempo. Lo peor de todo es que éste ni es ingenioso, ni incendiario, ni provocador, ni irónico, ni nada. El pobre.

sábado, 16 de diciembre de 2006

La discoteca

Aunque nunca fui muy novelero, me gustaba salir con los amigos. Ahora los amigos se han marchado, cada cual tiene su propia vida y, al menos físicamente, nos hemos distanciado unos de los otros. Nos gustaba salir a sitios donde, además de tomar algo, podíamos echarnos unas risas y conversar tranquilamente. Aunque el ruido de las conversaciones ajenas o la música tuviesen un nivel más o menos elevado, elegíamos determinados bares (siempre los mismos). No recuerdo haber ido con ellos nunca a una discoteca. Recuerdo las, creo, tres únicas ocasiones en las que asistí a uno de esos locales. La primera vez fue porque la entrada y la primera copa eran gratis, en un local de moda en Residencial Anaga que ni siquiera se si existe aún. La segunda vez fue en el sur, en el mismo corazón del "imperio del mal", en la avenida de Las Verónicas en Playa de Las Américas, entre británicas ansiosas de carne fresca. La tercera, apenas quince minutos en un local de La Laguna que, con el tiempo, precintó la Policía Local. La única vez que intenté llegar al "Nooctua", después de casi 1 hora de atasco y a las 3 de la mañana, bajé del coche que me llevaba en el aparcamiento, pise el suelo y pedí un taxi de regreso a casa.

Después de muchos años, volví a ir a una discoteca ayer. Cena con compañeros de trabajo, nada oficial, muchas risas y poco más. Después de cenar, visita al "Tao", una discoteca que está en lo que antaño eran los cines Rex, local de solera de Santa Cruz. Cine, luego una bolera, un restaurante amaricano y, ahora, bolera y discoteca. Bonito local.

00:15 horas. La subida de las escaleras de madera se adorna con un vómito reciente y pestilente. La arcada me duró poco, pero me la produjo.

Dentro, un ambiente oscuro, con una gran barra, como un ring de boxeo, en mitad del local. 4 barras. Asientos a los lados del recinto, al modo de reservados, y una especie de escenario adornado por una inmensa figura de un Buda dorado de atrezzo. A pesar de la prohibición de fumar y de la presencia de numerosos "matones" de camisetas negras marcando músculo, la gente fumaba de manera más o menos clandestina.

Me sorprendió algo que no me esperaba. Cuando uno acude a un lugar como éste lo que se espera encontrar es gente jóven. Al contrario, el Tao es un recinto encarnado en cementerio de elefantes bailarines y bebedores. Con una edad media de más de 50 años, los menores de 40 eran rara avis. Muchas cenas de trabajo y alguna que otra boda acabarían (o empezarían, quién sabe) la noche en el local.

La fauna nocturna discotequera es variada y pintoresca. Desde los dos sujetos solitarios que pasaban el escaner de sus ojos encarnados a todo culo femenino que pasase por delante de ellos, hasta el tipo de la camisa de cuadros y calva incipiente que se movía de manera espasmódica. Este sujeto en cuestión bailaba siempre de la misma manera. Le daba igual que fuese tecno, pop, salsa, rock o la Yenka: movía la cadera hacia los lados y, con sus manos, parecía simular que portaba una maraca, agitándolas a la altura de la cintura.

También estaba el grupito de feos que se abalanzan sobre las niñas guapas para decirles piropos de mejor o peor gusto, y hasta algún conocido mio que, al estar allí presentes, me hacía ver lo bajo que había caído ese local a pesar de su fama.

Afortunadamente, en la discoteca no se hace la compra diaria, porque no habría bolsillo que soportase pagar por 2 rones con cola y una cola sola 13 euros. El Santa Cruz "la nuit", en locales como ese, es para niños (o señores) pudientes, visto lo visto.

Apenas 2 horas allí. Risas, afonía y llanto en los ojos por el humo. A la salida, aquella señora de más de 60 que a la altura del reloj de flores me había preguntado, antes de llegar, dónde estaba la discoteca, era sujetada por un par de compañeras de andanzas nocturnas con un whisky en las manos para que no se cayese de bruces en la acera por culpa del brebaje mientras yo, en tono irónico y abusando un poco de su estado, le espeté: "esta juventud de hoy...."

lunes, 11 de diciembre de 2006

INEM

He colocado en este cuaderno de notas un contador de visitas, no sin gran esfuerzo por mi parte ya que mis conocimientos de informática, incluso a nivel usuario, son bastantes limitados. Llegar a instalar un chisme de estos en esta página supone para mí un gran logro porque lo he intentado en otras páginas y lugares y nunca llegué a completar la tarea con éxito.

Evidentemente, el número de visitas de esto que lees ahora, estimado visitante, es ridículo. Descontando las visitas que puedo hacerme yo mismo para comprobar si hay algún comentario a alguna de las “reflexiones prácticamente sin interés” que comparto de vez en cuando, las visitas no pasan de apenas media docena diarias en los buenos días.

Esta mañana, revisando el contador, he descubierto dos datos que no se si calificar como curiosos o como absurdos. El primero, hay visitantes del Reino Unido: ¿quién en su sano juicio entraría desde la “Pérfida Albión” a una web como ésta? El segundo, hay entradas realizadas desde un servidor del INEM.

Instituto Nacional de Empleo, servicio reducido a un mero organismo pagador de prestaciones. En casa nunca se vivió del INEM. En la larga vida laboral del padre de familia no hay ni un solo día dedicado al santo patrón de los desocupados y desempleados. Pintó paredes, se colgó a ventanas desde escaleras imposibles, vendió libros, repartió tabaco, vendió rifas ilegales, lavo platos en campings y restaurantes, inicio negocios… pero nunca cobró el paro. Siempre lo he dicho y lo mantendré: mi padre es mi ídolo.

El INEM pertenece a tres colectivos: ese mayor de 40 años que queda en la calle después de darlo todo (o casi todo) por su empresa y que es despreciado por su edad, cual estrella de Hollywood a la que cuando le aparecen las primeras arrugas se le posterga a las teleseries; aquel que por su falta de preparación (profesional o académica) pulula entre cientos de puestos de trabajo y cuya vida laboral no cabría resumida en un rollo de papel higiénico extra largo; y aquel que hace del INEM su reino y su forma de vida, el que logra trabajar un año y “disfrutar” del paro durante unos meses mientras hacen sus “cancamitos” y así sucesivamente. No es leyenda urbana, los hay y yo conozco a alguno.

Pues eso, visitante del INEM, gracias por visitarme entre resolución y resolución.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Puente

Creo que fue en el anterior “puente” (el de la Hispanidad) cuando leí al ínclito Andrés Cháves en El Día. En su pequeña columna diaria escribía que él nunca había hecho puente, que nunca le había dado permiso a ninguno de sus empleados para que lo hiciesen y que, aún más, los puentes eran cosa de vagos, pobres y maricas. Increíble pero cierto.

Ni que decir tiene que discrepo con las afirmaciones del sujeto en cuestión, personaje siniestro dónde los haya.

El “puente” es una oportunidad única del obrero, en el amplio sentido de la palabra, de acumular más tiempo de descanso a su repleta jornada laboral. De completar unas vacaciones de verano ya lejanas y probablemente frustradas por los achaques de la suegra, la caída del niño y los dolores de cabeza de la parienta.

Estas fechas son una magnífica oportunidad para hacer un viaje casi improvisado con ese dinerillo de última hora que ha entrado en nuestras arcas y que, de no gastárnoslo en nosotros, acabarían financiando los regalos navideños de ese primo lejano que sólo vemos en bodas, bautizos, funerales y, por supuesto, Navidad. Cuatro o cinco días de “puente” de diciembre suponen una desintoxicación a priori de lo que se nos acerca a partir de la próxima semana en forma de compras compulsivas, colas en los centros comerciales y peleas para conseguir el juguete de moda esta temporada.

Este Gobierno progre que tenemos debería atender a sus inclinaciones masonas y declarar festiva toda la semana. Así, en estas fechas, iríamos preparando nuestros cuerpos y nuestras mentes para la explosión de “amor” que se nos avecina. Al carajo la productividad del país; viva el descaso generalizado.

Pero hoy me he vuelto a levantar a las 6:30 de la mañana, me he vuelto a saltar el desayuno por las prisas y volveré a comer en alguna infecta cafetería de Santa Cruz. No me he encontrado coches en la autopista. El recorrido que habitualmente hago en 35 minutos lo he hecho esta mañana en apenas 10. Mi único lujo en jornada de “puente” es relajar mi indumentaria y prescindir de algunas ataduras absurdas.

Quizás el año que viene. Qué será de mi por entonces…

martes, 5 de diciembre de 2006

Capital de la nada

Puerto del Rosario (el Puerto, como le llaman los lugareños) es un pueblo con vocación de ciudad, pero pueblo al fin y al cabo. Lugar de aspecto austero, seco y poco confortable. Sus calle se elevan hacia lo alto dibujando cuestas y pendientes imposibles de imaginar en una isla de natural llano.

Las noches de Puerto del Rosario son tristes, como tristes son sus mañanas. Lugar de gente amable pero esquiva a la vida social. Apenas se ve gente en sus calles (limpias, por cierto) incluso en horas de prime time mañanero.

Un pueblo marinero sin marinos. Una ciudad abierta al mar que no permite que sus vecinos disfruten del mar, ya que en Puerto del Rosario no existe una zona de esparcimiento marino para sus habitantes. Vamos, que no hay playa. Como no hay tiendas, ni supermercados, ni farmacias.

En el Puerto los conductores respetan los pasos de cebra, los niños ceden las aceras a los ancianos y la gente abre sus puertas al forastero que pisa sus calles por primera vez.

Es la antítesis de una ciudad como Santa Cruz (que aún tiene regusto a pueblo) y no digamos de un lugar tan desalmado como Las Palmas. Su centro neurálgico, sin embargo, está justamente a sus afueras, a apenas un kilómetro del meollo que no es. Allí, luminoso y altivo, se alza un centro comercial digno de las mejores ciudades del archipiélago, lugar que nos recuerda que vivimos en un mundo globalizado, donde los Burgers Kings de turno se alzan por cualquier esquina, donde Zara viste a las niñas que no pueden pagarse otra cosa y donde Amid Achi ha plantado sus múltiples negocios comerciales.

Vivir en Puerto del Rosario debe ser vivir en el olvido de la lejanía. No me gusta. No quiero volver.