lunes, 13 de diciembre de 2010

Prólogo.


El blog “El Abajo Firmante” no nació de casualidad. Nació y creció conscientemente, aunque inconscientemente surgieron algunas de sus consecuencias. Cuando allá por el segundo semestre del año 2006 entré en internet, tecleé “Blogguer” en un buscador, rellené un formulario y elegí un nombre, nunca pensé que iba a tener tanta vida. Vida que le ha dado mis vivencias, mayoritariamente sin ningún interés para un espectador neutral; vida que le han dado los golpes que buscaron cerrarlo y, con él, el futuro de quien lo escribe; vida que le han dado el puñado, pequeñísimo, de lectores que se han aferrado a él; vida que, finalmente, le ha dado la apasionante experiencia de la paternidad.

Lo nuestro no fue un parto normal, aunque no creo que el camino se haya desviado mucho del hecho por cualquier otra pareja en nuestras circunstancias. Por eso, ni somos héroes ni lo pretendemos. Nuestra historia es la del matrimonio que un día se plantea tener descendencia y no lo consigue. Sólo nosotros sabemos lo que hemos sufrido. Intentos, ilusiones, fracasos, llantos, frustraciones, cansancio, presión, engaños, desengaños.

Entonces, con el sabor de la frustración en la boca, te sientas a reflexionar. Qué quieres, cómo lo quieres, qué vida quieres llevar. Podríamos elegir una solución fácil: somos jóvenes, con trabajos relativamente estables, sin más problemas económicos que los de una familia de clase media, con sus préstamos, su coche y su hipoteca, con una mínima capacidad de ahorro,.....disfrutemos de la vida, gastemos en caprichos, viajemos, llevemos una vida en la que no nos privemos de nada. Sin embargo, el puto instinto te empuja sin remedio a adoptar la solución vital más complicada, quién sabe si la más satisfactoria.

Es imposible mantener esta presión piscológica. Tu te estás machacando el organismo y yo la cabeza. Que le den por culo a la naturaleza. ¿Y si adoptamos?. La pregunta desencadenó una fuerza imparable que aún no se ha detenido. Bastó una llamada al 012, teléfono de información del Gobierno de Canarias, una mañana de julio. En apenas 48 horas estábamos rodeados de parejas potencialmente adoptantes en una reunión informativa. De aquella reunión saqué una conclusión: sólo nosotros sabíamos lo que queríamos. Muchos con demasiadas dudas, otros con muchos perjuicios, algunos con demasiadas dificultades y alguno que se pensaba que el proceso de adopción era como ir al supermercado de El Corte Inglés: tengo dinero para comprar y exijo un producto de primera calidad y sin taras (bebé, blanco y sano).

Nunca podré reprochar a nadie el hecho de tener dos hijos etíopes, porque fui yo quien propuso desde el inicio el país de nacimiento y el número de vástagos. “¿Y si los tratamientos llegan a cuajar y hubiésemos tenido gemelos o trillizos?”, me preguntaba. O sea, el riesgo del parto múltiple ya estaba asumido de antemano y donde comen dos comen cuatro.

Antes de finalizar el mes de julio estaba toda la documentación remitida a la autoridad administrativa y a la entidad privada, con domicilio en Murcia, que se encargaría del trámite administrativo. Septiembre fue el mes de los test psicológicos absurdos y de las entrevistas (?) con una trabajadora social. Sólo cabía esperar.

La espera la vivimos de maneras muy diferentes, quizás porque lo somos, y mucho. Mientras yo me aislé del proceso por completo, mirándolo desde la lejanía y no sin ciertas dosis de ironía, ella lo vivió intensamente. Aún hoy conserva infinidad de contactos con las, por entonces, aspirantes a madres que iniciaban el camino con nosotros, o un poco antes o un poco después. Abrió su blog colorín, hizo cábalas, calculaba fechas, se alegraba con las asignaciones ajenas y llorabas los fracasos de otros como propios. Ella siempre podrá presumir de haber vivido algo más de un año intenso, de haber sufrido y disfrutado ese embarazo que la naturaleza nos negó.

Hasta que una mañana de un día de Fieles Difuntos, lunes, recibimos la llamada. Fieles Difuntos. Alguien desde arriba nos había echado una mano. Serían dos, de uno y tres años. Tres fotos por correo electrónico: el mayor, posaba con mirada pícara en una especie de jardín con silla de plástico al fondo; el pequeño, dormía enroscado en una cuna; en la última foto, tocados con cucuruchos de colores, celebraban un cumpleaños, seguramente el de ambos, separado por 10 días en el calendario de septiembre.

El trámite administrativo implicaba celebrar un juicio en el que debía ratificarse, o no, la adopción por parte de sus familiares. El primer intento fue nulo. Faltaba un papel, al más puro estilo de la burocracia hispana. Desde ese momento, y escondiendo a nuestro entorno la fecha del segundo de los señalamientos de la vista, quedaba tener miedo al fracaso y que aquellos cuatro ojos que nos miraban en las fotos no fuesen nuestros hijos, o pensar en positivo y armarnos de paciencia. El 25 de noviembre de 2009 recibimos la llamada definitiva. A partir de ese momento, todo está en el blog.

Nos hemos perdido los primeros años de sus vidas. No sabemos casi nada de su pasado, salvo algunos aspectos familiares, las causas de su dación en adopción, la fecha de ingreso en el orfanato, su lugar de nacimiento, su etnia y su religión de origen. El porqué de esas marcas circulares, como quemaduras, por encima y por debajo del ombligo del mayor; el cómo se hizo las cicatrices que pueblan una de sus rodillas y en una de sus cejas; cuándo sufrió el pequeño esa enfermedad que le dejó unas pequeñas marcas a lo largo de sus hombros; si los querían, si los cuidaban. Esa historia no la tendremos jamás y ellos sólo en su subconsciente. Yo, aún así, me  imagino y me acuerdo mucho de esa madre...

Los niños jamás se parecerán físicamente a sus padres (adoptivos).  Nunca tendrán los rasgos genéticos de la familia A. o de la familia B. No heredarán nuestros rasgos, nuestras enfermedades, nuestras calvicies, nuestras psoriasis. Pero eso no quiere decir que me resigne a que no se parezcan a nosotros. Aspiro a que hereden nuestros valores, nuestra forma de ver la vida. A que sean honestos, abnegados, humildes, directos, a que un día alguien que los conozca pueda decir “mira, en eso son como sus padres” y ellos mirar a la gente con la cabeza en alto.

3 comentarios:

eclair dijo...

Viva Tox y el conjunto de sus circunstancias empíricas, sin por ello desdeñar, en absoluto, las imaginarias.

clandestino dijo...

Muy ecológicamente correcto eso de dar por el culo a la naturaleza ...

Anónimo dijo...

Jo que bonito, he llorado con tú historía de la adopción lo que no lloré en mi parto.