Lo había visto dos horas antes y presentaba buen semblante, indicativo para los que estaban dentro y, sobre todo, fuera de la sala. Su fama le precedía. "¿Cómo está hoy el jefe?", preguntaba más de uno sin ruborizarse al funcionario de turno acerca del humor con el que se había levantado su Señoría Ilustrísima esa mañana. Hay quien, incluso, dependiendo del estado de ánimo del susodicho cambiaba su estrategia sobre la marcha, "Si hoy le digo esto o si le propongo esto otro me machaca", decían.
Con algo más de cuarenta y cinco minutos de retraso sobre la hora prevista, la inhabitual abogada intentaba explicarle, de forma sonriente, el por qué la hasta hace poco intimísima relación de amistad existente entre trabajadora y la familia del empresario hacía imposible poder ofrecer un acuerdo satisfactorio para las partes. "No es cuestión de dinero, ya es algo personal", repetía.
Sin dejar de mirarla, y con una inicial media sonrisa que se fue tornando en un rictus que mostraban unos ojos inyectados en sangre, ni corto ni perezoso le dijo: "Mire, letrada, yo tengo muy mala leche....y a lo mejor no le limito a estimar la demanda, sino que interpongo multa por mala fe y temeridad, condena en costas y lo que se me ocurra, así que usted verá...."
"No actuamos de mala fe", respondió ella con una apabullante sangre fría, aunque con voz temblorosa, "traigo testigos que acreditan nuestros argumentos y vienen a decir verdad", aclaró. "Ya, eso también lo dijo el último al que le metí una multa por temeridad y libré testimonio al ministerio fiscal por falso testimonio....", sentenció su Señoría.
Con un malhumorado "venga, vamos a ver si acabamos esto rápido..." mascullado entre dientes mientras emborronaba el margen derecho de un papel de oficio, y un intento del abogado de la demandante por no explotar de la risa justo antes de comenzar su alegato inicial, comenzó la vista. Palabras, palabras, palabras... hasta que la abogada, a la que se le cambiado la sonrisa por ojos de cordero a punto de pasar por el filo del machete, propuso a sus testigos.
- "Tengo dos testigos, Señoría", dijo solemne.
- "Qué pasen", respondió el magistrado-juez que por turno correpondía, "a ver qué mentiras vienen a contar".
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