domingo, 31 de octubre de 2010

Jalogüin.

Lo peor de esto de la fiesta de Halloween no es la celebración en sí, sino la banda de imbéciles que la fomentan. El viernes por la tarde podían verse colas en un establecimiento de La Laguna, especializado en complementos para fiestas, mucha gente haciendo cola para comprar disfraces y demás mamarrachadas. Otra, mientras tomábamos un refresco en una terraza, le decía a alguien "mi marido y mis hijos se disfrazan esta noche y salen a tocar puertas para que les den caramelos. Total, ya que estudían el idioma, que también conozcan las fiestas.". Hombre, visto desde ese punto de vista, ya podrían celebrar, en lugar de Halloween, la fiesta esa de la carrera del queso rodante de Cooper's Hill, para ver si, al menos, hay un poco de suerte y se parten la crisma (so riesgo de que al partirse el melón no salga nada de dentro). Y es que en mi casa suena el tiembre, se abre la puerta, veo a un grupo de niños (sólos o en compañía de otros), me sueltan lo de "truco o trato" y me piden caramelos, y ninguno de ellos sale ileso del umbral de la puerta.

Si no tuvieramos demasiado ya con la invasión anual del puto Papá Noel como para sufrir la patochada esta. Estoy de las calabazas vacías, máscaras presuntamente monstruosas, de programas especiales en televisión y de referencias a esta fantasmada hasta los mismísimos. Hoy, en el Corte Inglés, una mariquita de esas que hacen pruebas de maquillaje en la primera planta iba con una especie de cuello de capa draculesca, tez pintada de blanco y supuesta sangre en la comisura de los labios. Luego, caminando por un centro comercial, han aparecido dos fulanos disfrazados de no se qué, con unas hachas ensangrentadas de juguete. Porque iba con niños; sino, les hubiese metido a todos dos patadas en los huevos, por idiotas.

jueves, 28 de octubre de 2010

Sentenciados.

Lo había visto dos horas antes y presentaba buen semblante, indicativo para los que estaban dentro y, sobre todo, fuera de la sala. Su fama le precedía. "¿Cómo está hoy el jefe?", preguntaba más de uno sin ruborizarse al funcionario de turno acerca del humor con el que se había levantado su Señoría Ilustrísima esa mañana. Hay quien, incluso, dependiendo del  estado de ánimo del susodicho cambiaba su estrategia sobre la marcha, "Si hoy le digo esto o si le propongo esto otro me machaca", decían.

Con algo más de cuarenta y cinco minutos de retraso sobre la hora prevista, la inhabitual abogada intentaba explicarle, de forma sonriente, el por qué la hasta hace poco intimísima relación de amistad existente entre trabajadora y la familia del empresario hacía imposible poder ofrecer un acuerdo satisfactorio para las partes. "No es cuestión de dinero, ya es algo personal", repetía.

Sin dejar de mirarla, y con una inicial media sonrisa que se fue tornando en un rictus que mostraban unos ojos inyectados en sangre, ni corto ni perezoso le dijo: "Mire, letrada, yo tengo muy mala leche....y a lo mejor no le limito a estimar la demanda, sino que interpongo multa por mala fe y temeridad, condena en costas y lo que se me ocurra, así que usted verá...."

"No actuamos de mala fe", respondió ella con una apabullante sangre fría, aunque con voz temblorosa, "traigo testigos que acreditan nuestros argumentos y vienen a decir verdad", aclaró. "Ya, eso también lo dijo el último al que le metí una multa por temeridad y libré testimonio al ministerio fiscal por falso testimonio....", sentenció su Señoría.

Con un malhumorado "venga, vamos a ver si acabamos esto rápido..." mascullado entre dientes mientras emborronaba el margen derecho de un papel de oficio, y un intento del abogado de la demandante por no explotar de la risa justo antes de comenzar su alegato inicial, comenzó la vista. Palabras, palabras, palabras... hasta que la abogada, a la que se le cambiado la sonrisa por ojos de cordero a punto de pasar por el filo del machete, propuso a sus testigos.

- "Tengo dos testigos, Señoría", dijo solemne. 

- "Qué pasen", respondió el magistrado-juez que por turno correpondía, "a ver qué mentiras vienen a contar".

jueves, 21 de octubre de 2010

Las laboralmente improductivas tardes de jueves de un padre "canguro".


Las tardes de los jueves es la semanalmente asignada para ejercer como "canguro" o cuidador de dos, en ocasiones, pequeños cabrones a los que hay que ir a buscar a guardería y colegio, desvestir, vestir, dar de merendar, entretener, vigilar y controlar para que la casa no se convierta en un dislate. Como soy de natural quejoso, ya vendrá la madre a decir que ella hace esa misma función lunes, martes y, próximamente, miércoles pero en mi descargo diré que yo no estoy en posesión de la santa paciencia de la que ella disfruta.

Hoy, no obstante, la tarde está transcurriendo por unos caminos de absoluta tranquilidad: el pequeño, resfriado, sólo hace dormir y emitir un llanto quejoso, aunque aún le han quedado fuerzas para darle al play de la minicadena y poner su música (si, él se autogestiona en ese sentido: conoce el funcionamiento del aparato y, cuando le apetece, no sólo lo enciende, no sólo pincha el botón play sino que, además, se defiende buscando la pista musical que más le gusta). Al mayor ha ido a buscarlo al colegio la abuela (que si sacas al pequeño, puede coger frío) y, nada más llegar, ha pedido la merienda, ha sacado la mesa y las sillas infantiles de Ikea y las ha colocado en medio del salón, donde se entretiene recortando un libro de colorear con las tijeras. Pokemon en la televisión, que discurre sin el más mínimo intereses por sus potenciales televidentes.

Yo no he podido hacer nad laboral. Eso si, al llegar, he podido hacer las camas, lavar la loza, llevar al pequeño a mear y a cagar al orinal dos veces, pasar la escoba, fregar la cocina y recoger el salón. No me dio tiempo al mediodía-casi hora del almuerzo de recoger nada en el despacho, ni siquiera de abrir el maletín y sacar las carpetas de los juicios de hoy, así que la tarde ha transcurrido de manera completa y absolutamente improductiva desde el punto de vista laboral. Supongo que ya he cumplido en el resto de la semana, con mis señalamientos, mis consultas, mis negociaciones ad futurum y las improvisaciones en juicios como el de esta misma mañana. Mañana volveré a mis ratios de productividad, así que por una tarde a la semana no pasa nada.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Una tarde movidita.

Al que inventó meter un día de fiesta un martes habría que cortarle las glándulas testiculares. Trabajé el lunes a destajo, tanto que por la mañana la mesa del despacho parecía otra...hasta que el regreso del sur trajo consigo de nuevo el lio de carpetas y papeles sueltos. Todo para parar en seco el martes y volver a arrancar de golpe un miércoles lluvioso.

Hoy, después de mucho tiempo o quizás por primera vez, le he cogido miedo a un cliente. Miedo físico. Si fuera "mi" cliente ya hubiese renunciado a su defensa, pero como hay un intermediario por medio no me quedará más remedio que continuar hasta que puede decir basta. Lo cierto es que cuando ha salido del despacho he notado como las manos me temblaban, mitad por ese sentimiento ante la mirada de perturbado del sujeto, mitad por intentar aguantar las irremediables ganas de soltarle un guantazo ante su prepotencia. Me ha soltado tantas mentiras que lo he cogido al vuelo a los 30 segundos, los primeros tras entrar en la consulta sin cita previa, como un caballo descobado y cerca de las ocho menos cuarto de la tarde. Llevaba buscándome dos semanas, pero en las dos se marchó sin dar mayor explicación de que era demasiado tarde.

-" ¿Y me tengo que gastar veintipico euros enun burofax para entregar los partes de confirmación?", me preguntaba con rictus desencajado.

-" Hombre, es que la paloma mensajera aún no ha sido homologada aún como medio de notificación fehaciente", le contesté mirándole a los ojos.

Entre eso, el argentino que en su país la ley es mejor que en España (pero vengo a la "madre patria" a buscar lo que no consigo en mi país) y la señora que para justificar la invalidez de su marido repetía una y otra vez que ella había tenido un cáncerhacecuatroañosyahoratengoenemasenlospulmones (señora, el que está enfermo es su marido...) he tenido una tarde de lo más entretenido.

martes, 12 de octubre de 2010

12 de octubre.

La diferencia entre el independentista y el nacionalista es que al primero se le ve venir de frente, con sus argumentos caducos y gastados, mientras que el nacionalista es un zorro escurridizo que en días como hoy habla de metrópoli y colonia para, mañana, apoyar los presupuestos generales del estado (español) a costa de que su chiringuito siga en pie. El primero no cambia de discurso, por manido y ridículo que pueda ser. El segundo es una alimaña peligrosa.

Esto viene a colación con los comentarios leídos y escuchados durante el día de hoy emitidos por parte de conocidos y no tan conocidos a vueltas con la festividad del 12 de Octubre, todos en el sentido de que hoy no tenían nada que celebrar. Eso si, hoy ninguno ha ido a su oficina, ni ha abierto su tienda, ni ha ido a la universidad, ni ha devuelto su prestación por desempleo o su beca pagada por el opresor-estado español como coherentemente deberían haber hecho.

Al otro extremo, una televisión local radicada en el Puerto de la Cruz, que ha pirateado recientemente la señal de TDT, emitiendo sin licencia administrativa, que como cada año ha emitido la película "Raza", una oda al falangismo o, mejor, al franquismo escrita por el propio Francisco Franco. Una visión nauseabunda de la rancia españa de los años 40, propia del NO-DO, emitida como exaltación (?) de la extraña españolidad de la que presume el propietario de dicho canal, quien hoy es un un ferviente seguidor de Fuerza Nueva pero a la vez defiende los postulados de Coalición Canaria. Un ejemplo claro de la esquizofrenia política en la que se vive en esta bendita tierra. 

Si la España que defienden estos patriotas de pacotilla es ésta, a mi que me borren.

Si la Canarias que promueven los nacionalistas es la excluyente, la de insultar a los que no piensan como ellos, la de llamarnos colonizados, la de pedir estupideces como un DNI canario, la de pedir leyes de residencia (qué paradoja, los mismos cuyos abuelos emigraron para hacer fortuna hoy piden que no se deje entrar a nadie en esta tierra).... que me avisen para exiliarme lo antes y lo más lejos posible. Yo en esa Canarias no quiero estar.