Entre pitos y flautas he estado tres semanas de vacaciones. Bueno, vacaciones.... Tres semanas en las que no he trabajado, pero que han sido las más intensas, física y emocionalmente, de mis 35 años. Tres semanas que me dejan destrozado, lleno de agujetas en los brazos, kilos perdidos y aún no recuperados (a pesar de mis intentos de hacer dieta insana) y en la cabeza zumbando saludos, besos, abrazos y parabienes de no se cuánta gente.
Nos acabamos de enterar que, según parece, las instrucciones para estas tres semanas como padres eran "nada de juguetes, nada de visitas, nada de agobios", normas que se han incumplido a rajatabla, no por nuestra voluntad, sino por la buena voluntad de los demás hacia nosotros y los niños. Si me pagaran un céntimo por cada beso que han recibido los niños, a estas alturas tendría pagada la hipoteca, el coche y estaría terminando de alicatar los cuatros de baño del chalet. Sólo con la cantidad de juguetes recopilados en la mañana de hoy, día de Reyes, podría montar un puesto el domigo en el Rastro y sacarme una pasta.
Los niños no sabían ni por donde empezar: uno, porque es demasiado pequeño para esto y se limitaba a llorar o a sonreir sin sentido mientras le daba a la mamadera del biberón; el otro, porque no sabía ni qué hacía esta mañana, en la que se dedicaba a abrir paquetes uno detrás de otro sin saber muy bien qué pasaba a su alrededor mientras la familia pensaba, ilusionada (pobres ilusos), que sabía lo que hacía y que sus regalos le encantaban.
Vamos, que si el manual de usuario decía que nada de juguetes, nada de visitas, nada de agobios, normas a desarrollar en plena época de Navidad, puede ocurrir dos cosas: o los chiquillos se nos quedan con un trauma de por vida cuando sean mayores, o el que redactó las instrucciones es gilipollas.
En nuestro descargo diré que, por más que hemos rebuscado, nunca encontramos el prospecto por ningún lado.
Nos acabamos de enterar que, según parece, las instrucciones para estas tres semanas como padres eran "nada de juguetes, nada de visitas, nada de agobios", normas que se han incumplido a rajatabla, no por nuestra voluntad, sino por la buena voluntad de los demás hacia nosotros y los niños. Si me pagaran un céntimo por cada beso que han recibido los niños, a estas alturas tendría pagada la hipoteca, el coche y estaría terminando de alicatar los cuatros de baño del chalet. Sólo con la cantidad de juguetes recopilados en la mañana de hoy, día de Reyes, podría montar un puesto el domigo en el Rastro y sacarme una pasta.
Los niños no sabían ni por donde empezar: uno, porque es demasiado pequeño para esto y se limitaba a llorar o a sonreir sin sentido mientras le daba a la mamadera del biberón; el otro, porque no sabía ni qué hacía esta mañana, en la que se dedicaba a abrir paquetes uno detrás de otro sin saber muy bien qué pasaba a su alrededor mientras la familia pensaba, ilusionada (pobres ilusos), que sabía lo que hacía y que sus regalos le encantaban.
Vamos, que si el manual de usuario decía que nada de juguetes, nada de visitas, nada de agobios, normas a desarrollar en plena época de Navidad, puede ocurrir dos cosas: o los chiquillos se nos quedan con un trauma de por vida cuando sean mayores, o el que redactó las instrucciones es gilipollas.
En nuestro descargo diré que, por más que hemos rebuscado, nunca encontramos el prospecto por ningún lado.
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