sábado, 20 de septiembre de 2008

Full Monty.



A las 12:45 del mediodía, la oficina de Banesto en la Plaza de San Francisco era un hervidero. Un empleado de aspecto leopoldiano me abrió la puerta mientras hablaba con alguien por teléfono e ipso facto me puse en la cola. Salí a las 13:10, así que esa casi media hora de bipedestación prolongada (que si, que impide la profesión habitual de una camarera de piso, que no te enteras) dio para fijarme en lo que pasaba alrededor.

Supongo que aquella pléyade de empleados encorbatados estarían ocupados en denegar préstamos o en reclamar impagados, porque hoy en dia, dar dinero, lo que se dice dar dinero, más bien poquito. Teléfonos sonando sin que nadie contestara las llamadas: todo una metáfora de la actitud de los bancos ante la crisis.

Delante mio, una tía con pinta de procuradora (no pregunten por qué, pero los procuradores, en general, tienen pinta de eso, de procuradores) sostenía media docena de resguardos de ingresos de consignaciones para el Juzgado que por turno corresponda, mientras que el sujeto que estaba al lado mío (que no guardaba la cola porque no debía permitírselo su religión, digo yo), a la inversa de la otra, iba dispuesto a cobrar otra docena de mandamientos.

Con el paso de los minutos la fila se reducía por la cabeza, pero se incrementaba por la cola. Por delante de los dos personajes anteriores, un grupito de 5 o 6 currantes, aún con manchas en las manos y ropa de faena. Hablaban entre ellos, mirándose con caras de resignación. Todos ellos se presentaban ante el simpático (es un decir) cajero de la sucursal con el DNI y un cheque. De allí salían dándose media vuelta con un sobre con unos cuantos billetes de euros, sobre que la mayoría se afanaban en cerrar convenientemente y, algunos de ellos, se reservaban un billete de 10 € que se metían en el bolsillo. Cada operación acababa con un apretón de manos al compañero que le seguía y un saludo a los compañeros que se iban encontrando al final de la fila.

Resulta evidente que la situación y, sobre todo, los rostros de aquellos hombres sólo podían responder a una situación: o un día 19 de mes, y a mitad de la jornada de trabajo, les habían pagado la soldada (o parte de ella) o lo que tenían en la mano era una esquela laboral con unas cuantas cifras. Tengo la sensación que se trataba de esto último.

La crisis, la maldita crisis, artificial, real, prefabricada o inevitable, siempre ataca al más débil. Es la teoría del perro flaco. Aquellos obreros de la construcción, haciendo cola, no daban la impresión de ponerse a mover el esqueleto al ritmo de Hot Stuff, de Donna Summer, con los parados en la oficina de empleo de Full Monty. Más bien tenían cara de llegar a casa y mirar a la parienta resignados. Un "full monty" a ritmo de marcha fúnebre. Supongo que el lunes, irán a la cola del paro. Los compadezco.

1 comentario:

el escritor escondido dijo...

Es triste, muy triste. La cola del paro es larga y despiadada. Salu2