jueves, 3 de julio de 2008

45 minutos




"Abre grande. Intenta mantener la boca abierta y respirar por la nariz. No cierres la boca ahora", me decía. "Claro -pensaba yo, que no estaba para hablar- cómo a ti no te tienen 40 minutos con la boca abierta y la mandíbula a punto de desencajar". 45 minutos en el sillón del dentista no es nada agradable. Sinceramente, para mi el dentista no representa dolor (casi 7 horas más tarde todavía noto un poco la anestesia en el labio inferior) pero si unas molestias llamémoslas psicológicas.

Primero te sientan en ese sillón, en el que no sabes si te van a meter mano en la boca o si te has convertido en Han Solo y te toca conducir el "Halcón Milenario" esta misma tarde. Luego te tumban, posición nada cómoda teniendo en cuenta que el cuerpo no está relajado sino en tensión. Para empezar te meten esa especie de manguera aspiradora de agua y babas con ese sonido tan característicos de cada consulta dental. Y a partir de ahí, ruiditos de limadora, de chorritos de agua a presión, la sensación de un gancho escarbando dentro de la caries para limpiarla, o esos algodoncitos de forma cilíndrica que te meten debajo del labio y entre los cachetes para separar boca de encía.

Siempre me ha llamado la atención cuando, hecho el empaste, el dentista (la de hoy tenía pinches y todo -qué nivel-) te apunta a la muela con una especie de pistola que desprende una luz y que lo retiran después de sonar un pitido. En películas de ciencia ficción no se ha visto arma más sofisticada.

Hoy no he aguantado. Mandíbula desencajada y una agobiante necesidad de cerrarla y recolocarla en su sitio. "Descansa", me decía de vez en cuando, consciente de que tras tantos minutos ya estaba pasando de todo y estaba por cerrar la boca. Encima, la manguerita aspiradora mal colocada y el agua acumulada en la garganta.

"Enjuagate. La cosa era más dificil de lo que aparentaba. A ver cuánto aguanta." ¿Qué? ¿Qué después de tenerme 45 minutos desencajado, medio ahogado, con la maldita espalda tensa y pensando en la factura, me dices "a ver cuánto aguanta"? Más vale que aguante y que lo haga por los siglos de los siglos (amén).

La única satisfacción (mentira, la segunda: la primera, tener una correcta salud dental) fue tener que salir cagando leches tras firmar el recibo de la tarjeta de crédito: se han debido de equivocar. Corre y no cojas el teléfono si te llaman.

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