A estas alturas de mi vida no voy a decir que me preocupa la humanidad, fundamentamente porque no me interesa gran parte de ella. Sin embargo, nunca es tarde para volver a recordar que vivimos es una sociedad degradada en lo moral hasta límites insospechados.
Leo mucho y veo menos lo ocurrido en Japón. Los relatos y las imagenes son, más que impresionantes, aterradoras. Lo ocurrido, y lo que sigue ocurriendo, estos días sólo puede servir para recordarnos que no somos nada, que somos extremadamente frágiles en un planeta que no podemos controlar por mucho que nos pese. Un terremoto, un maremoto, un fenómeno meteorológico, son incidencias que escapan a la voluntad humana, imprevisibles en su presencia, en su intensidad y en sus consecuencias. Leo historias de localidades borradas del mapa, de miles de desaparecidos y de cientos de muertos. Pero todo el drama humano no ha servido para que los medios, al servicio del espectáculo, hagan diariamente apología de la superficialidad incluso en un caso como este.
Me empapo a diario todos los diarios digitales que puedo y estos días de muerte y dolor, me encuentro con asuntos bastardos relacionados con la tragedia: que si el índice Nikkei se desploma, que si se paralizan las actividades deportivas en Japón como consecuencia del terremoto, que si antes este sitio era así y ahora se ha quedado de esta manera, vídeos más apocalípticos que espectaculares de la llegada de la ola causada por el maremoto a la costa o que si el coste de la reconstrucción será más o menos elevado. Incluso ha dado lugar para que ecologistas y afines a la energía nuclear hagan proselitismo de sus posiciones aprovechando la ocasión. Sólo nos faltaría ver a algún concejal español haciendo campaña en Tokio para las próximas elecciones.
Pero, pienso yo, no hay bolsa de valores que importe, no hay coste económico que discutir, no hay espectacularidad ninguna en las imagenes, no hay debate posible cuando hay miles de muertos, desaparecidos y desplazados que huyen del lodo y de la radiación radioactiva. Víctimas sobre las que se pasa de puntillas por los medios, a los que se trata como simples cifras heladas. Ayer 500, hoy 5000, mañana quién sabe. La miseria de la sociedad que nos ha tocado vivir es tan patente que nos emboban (y nos dejamos embobar) con imagenes en lugar de intentar que nos movilicemos con ayudas. La sociedad de la banalización, donde todo, hasta el dolor y el miedo, es espectáculo. Un mundo, en general bastante asqueroso este que nos ha tocado vivir, que piensa más en el dinero que en las personas. Como escribía al comienzo, un mundo sin moral.
2 comentarios:
Yo lo leeré en otro momento, pero por lo pronto viva Tox y los suyos, viva Nuestro Amado Líder y viva mi hermano líder de audiencia. Hacia el resto: indefinición entreverada de indiferencia.
Con las víctimas siempre, como debe ser. Viva Lucien!
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