lunes, 18 de agosto de 2008

San Sebastián.

Impresiones a 13 de agosto de 2008.



La mujer del tiempo de la televisión ha anunciado para hoy riesgo de lluvias débiles a moderadas en el País Vasco. Antes de salir de viaje, la web de la Agencia Estatal de Meteorología anunciaba que para hoy había un 85% de riesgo de lluvia en la región. Mal día para hacer turismo, a priori.

Días atrás he estado dudando sobre la conveniencia o no de alquilar un coche para estos 4 días. Las ofertas no es que fueran demasiado tentadoras desde el punto de vista económico y al coste del alquiler habría que sumarle el precio de la gasolina (1,20 € el litro de super 95) y el coste de los peajes en el caso de viajar por autopista, evitando las siempre peligrosas y extrañas carreteras secundarias. De este modo, aterrizamos en Bilbao sin coche, sin plan de viaje y con la intención de utilizar el transporte público. En nuestros anteriores viajes había funcionado, porqué no ahora.

Termibus, la estación de guaguas de Bilbao, es un sitio cutre, muy cutre. Cientos de personas de todas las nacionalidades se agolpan dentro del recinto, que se encuentra al aire libre pero a resguardo de la lluvia con una cubierta. El lugar es realmente pequeño para una ciudad como Bilbao y las guaguas se amontonan en las dársenas y sus alrededores. Termibus, para quien la conozca, debe tener el tamaño de la estación de guaguas de La Laguna y comparte con esta el mismo ambiente sórdido. El único sitio que tiene para desayunar es un bar donde ni los cochinos comerían algarrobas, así que acudimos a un bar próximo, donde los escudos del Athletic se mezclaban con posters alegóricos a Ecuador. Cosas de la multiculturalidad.

La guagua iba llena. Transportes Pesa. 9,25 € por persona y trayecto. Más barato que el precio de un día de alquiler, gasolina y peajes. Al fin y al cabo, es lo que tiene ser pobre.



1 horas y 15 minutos de recorrido por una autopista en la que apenas se deja asomar algún pueblo. Sólo casi al final del recorrido se atisba que estamos llegando al destino, porque el mar asoma tímidamente a la altura de Zarautz, que recibe al visitante con una enorme pintada blanca a favor de los presos de ETA en un dique portuario. San Sebastián tampoco tiene estación de guaguas al uso. Sé que soy recurrente con el tema, pero es difícil entender que en el norte del país, con el clima más frío y lluvioso del mismo, los recintos públicos donde una persona puede pasarse minutos o incluso horas estén a la intemperie. Una caminada por una ancha avenida conduce al centro de la ciudad, que apura sus últimos días de fiestas grandes. Por ello, en casi todos lados hay una carpa, un castillo hinchable para los niños o canchas deportivas de quita y pon.



La primera visita, porque es lo primero que se encuentra uno antes de ir al punto neurálgico, es la Catedral del Buen Pastor, donde los turistas empiezan a hacerse notar en sus alrededores e interior. Por que si algo caracteriza a San Sebastián son los turistas: miles en una mañana de miércoles, italianos, franceses y españoles en su mayoría.

La Playa de La Concha es eso, una playa. No sé si es que el hecho de que parte del paseo estuviera cortado por seguridad ante las exhibiciones pirotécnicas de la noche, o que hubiese instalado un carrusel, o unas canchas de baloncesto en la puerta del Ayuntamiento, o un parchís gigante en la arena....pero no me entusiasmó especialmente. Debe ser, probablemente, la costumbre de ver en televisión el lugar y la idealización que se hace del mismo pero, ahora que nadie nos lee, tampoco es la Playa de La Concha un lugar para tirar voladores.

La playa, bastante grande, presenta dos visiones distintas en función del estado de la marea: cuando está baja, el bañista debe caminar cientos de metros para que el agua le llegue por la cintura; cuando la marea está alta, los bañistas se agolpan contra el muro de la playa, porque el mar se traga literalmente la playa.



El casco viejo era un hervidero, como una calle comercial el último día de compras de navidad. Miles de personas colapsaban sus calles sin apenas dejar ver nada. Los bares de “pintxos”, a reventar desde las 12 del mediodía, no fue hasta casi las 3 cuando pudimos meternos en uno que no tardó 5 minutos en rebosar de gente ávida de vinos, tortillas y rabas.

El muelle deportivo, el acuario y media docena de bares. Vendedores ambulantes de camarones y burgados para comer de un cucurucho de papel. Sol de los que rajan las piedras y yo cargando el chusbasquero en un bolso. Maldita mujer del tiempo.

San Sebastián tiene un paseo marítimo que recorre toda la costa, desde el casco viejo hasta el Peine de los Vientos que, todo sea dicho, está a tomar por culo. Bonito, si; emblemático, también; pero a tomar por culo.



A los pies del Reina Victoria aún se nota el ambiente de la alfombra roja y de las estrellas del cine que por allí han pasado, glamour perdido con un mamotreto de cemento y cristal al que han llamado Palacio del Kursal, que podrá ser de una utilidad innegable pero de un gusto estético bastante cuestionable. Lo mejor de la vista del Kursal, sin duda, es el mar entrando bravo por la ría, como un río que hace su viaje del revés, del mar hacia el interior de la tierra. Ría, por cierto, donde algunos se aventuran a pescar lubinas y doradas (y sin ser de piscisfactoría, oiga), os despide con un paseo que remonta la ría, dejando atrás la bella visión del puente de la Reina Victoria (probablemente una de las más bonitas estampas de la ciudad y que, sin embargo, es poco conocida), que tanto hizo por esta ciudad, al parecer.



La Bella Easo, quizás no tan bella como la pintan, nos va dando la espalda camino de hora y cuarto de autopista.

San Sebastián es una joya porque es la cara contraria a Bilbao. El sol frente a la nube. El blanco frente al gris. El azul verdoso del mar frente al verde marronaceo de la ría. El tuerto en el país de los ciegos.

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