Impresiones a 14 de agosto de 2008.
La mejor forma de conocer Vitoria es ir en guagua. Primero, porque es cómodo y barato (10,80 € el billete de ida y vuelta); segundo, porque el recorrido por autopista de apenas 40 minutos se prolonga durante 20 minutos más, durante los cuales la guagua va haciendo zig-zag entre las calles de los barrios vitorianos, de tal forma que mientras que a pie se visita el casco, sobre ruedas de visita la periferia. El mejor bus turístico de Vitoria-Gasteiz, la guagua de La Unión.
11:15 horas de la mañana y ni rastro de las lluvias moderadas que anunciaba las meteorólogas de La Primera y de Cuatro a primera hora de la mañana. Tiempo plomizo y unos escasos 16º C a la llegada. La temperatura máxima a horas del mediodía no pasó de los 18, bastante lejos de la máxima de 23 prevista por la tele.
La estación de guaguas es mínima. Apenas un pasillo con unos bancos y ventanillas para comprar billetes de las distintas compañías. Olor a sudor y un sesentón sacudiéndosela en el baño público mientras echa un ojo a los vecinos de los urinarios vecinos. Real.
Vitoria no es cómo la había imaginado, aunque apenas tenía referencias de la capital de Euskadi. Sus avenidas son anchas y diáfanas. Sus calles, en el centro, peatonales, llenas de comercios pero con una oferta gastronómica más bien escasa: aquí los bares de pintxos se sustituyen por restaurantes con menús nunca inferior a 14 € por persona, eso si, de 2 platos, postre, agua y vino y una carta para elegir algo más que sofisticada, algo muy parecido a lo que ocurre en el Botxo.
Nada más llegar, la, en proceso de reconstrucción, Catedral de Santa María, con una estatua a tamaño real de Ken Follet, quien ha manifestado su admiración ante la posibilidad de poder visitar las obras que se ejecutan en su interior.
Si San Sebastián es la ciudad romántica, Vitoria es la medieval. Por las calles de su casco histórico aún se pueden ver las antiguas murallas de su defensa. Llena de iglesias y catedrales del siglo XVII, la ciudad se rinde ante su pasado y callejear por ella es un no parar de mirar hacia cualquier rincón. Eso si, la capital menos nacionalista de Euskadi guarda un pequeño gran refugio para los acólitos en ese casco medieval, en la calle Cuchilleros, donde se agolpan un buen puñado de bares de ambiente y estética red skin, aderezados con la foto de unos cuantos presos etarras. Los niños corren por la calle y nos preguntan si somos de allí para ayudarles en su juego.
La bajada desde el casco medieval hacia la zona urbana y comercial es rápida, cuesta abajo ayudada, incluso, por unas rampas mecánicas que desentonan enormemente con el entorno. La Plaza de la Vírgen Blanca, con el monumento a los héroes de la Independencia, está coronada por la basílica de San Miguel, donde vive la patrona del lugar.
Por los cielos de la plaza baja Celedón, quien puede ser visto en versión de bronce, con su paraguas y txapela. En la trasera, la Plaza Nueva (casi idéntica a sus homónimas de Bilbao y San Sebastián), con el ayuntamiento y su eterno cartel de Eta baz (Eta no). Resulta curioso como, por la autopista, ese mensaje antagoniza con expresivos y enormes De Juana Askatu.
Vitoria, da la sensación, sirve para vivir, aunque a las 2 de la tarde de un jueves nublado y frío del mes de agosto, no haya ni dios en la calle. Un lugar encantador: el parque de La Florida, al lado de la Catedral Nueva y donde se encuentra el Parlamento Vasco, un parque verde y florido con barandillas de madera y bustos a los grandes de la ciudad.
A la vuelta, llevando la vejiga llena por culpa del sesentón del baño público, nuevo paseo “turístico” por la ciudad y de regreso a Bilbao que, por su puesto, nos esperaba con una ligera llovizna, que se transformó en lluvia de verdad a los pocos minutos y durante apenas una hora, el tiempo justo para que el agua corriera por la calle, eso si, sin detener a los que se afanan en terminar las docenas de casetas que se montan para las fiestas que nunca veremos. En una de esas casetas, la “Kaixo Comparsa” presenta su local, con grandes murales, una bandera de las de Eusko Presoak no se qué y un dibujo en el que un personaje de gafas redondas y cara de panoli, abrazado a una bandera de España, ve desde lo alto de la torre a la que está subido como, por debajo, se le acerca una docena de personajes con palos y antorchas en las manos. Supongo que será para darle su bienvenida a las fiestas.....
Este blog es la trepidante aventura de un hombre que no existe en un mundo lleno de peligros. El abajo firmante, un joven solitario embarcado en una cruzada para salvar la causa de los inocentes, los indefensos, los débiles, dentro de un mundo de criminales que operan al margen de la ley...
jueves, 21 de agosto de 2008
miércoles, 20 de agosto de 2008
Tristeza y asco en Barajas.
Hoy es uno de esos días en los que a uno le da verguenza ser de la raza humana. He estado pegado a los medios de comunicación (radio, tele e internet) desde las 2 de la tarde y tengo las tripas revueltas por culpa de ver, leer y oir desde entonces. Los buitres se han lanzado sobre la carroña cuando aún los restos humeantes de un avión desintegrado siembran de luto al país. Es simplemente asqueroso ver cómo individuos que dicen llamarse periodistas o informadores se lanzan sobre los familiares de las víctimas, metiéndoles por la boca sus micros para lograr captar solamente dolor y desesperación, sin respeto a sus sentimientos ni a sus muertos.
Hoy, quien ayer hablaba de la Pantoja, discute sobre aeronáutica civil. Quien esta mañana discutía sobre política, por la tarde se le ha llenado la boca analizando modelos de avión. Los sesudos analístas de la crónica social discuten sobre las causas técnicas de un accidente desgraciado.
Esta sociedad da asco.
Hoy, quien ayer hablaba de la Pantoja, discute sobre aeronáutica civil. Quien esta mañana discutía sobre política, por la tarde se le ha llenado la boca analizando modelos de avión. Los sesudos analístas de la crónica social discuten sobre las causas técnicas de un accidente desgraciado.
Esta sociedad da asco.
lunes, 18 de agosto de 2008
San Sebastián.
Impresiones a 13 de agosto de 2008.
La mujer del tiempo de la televisión ha anunciado para hoy riesgo de lluvias débiles a moderadas en el País Vasco. Antes de salir de viaje, la web de la Agencia Estatal de Meteorología anunciaba que para hoy había un 85% de riesgo de lluvia en la región. Mal día para hacer turismo, a priori.
Días atrás he estado dudando sobre la conveniencia o no de alquilar un coche para estos 4 días. Las ofertas no es que fueran demasiado tentadoras desde el punto de vista económico y al coste del alquiler habría que sumarle el precio de la gasolina (1,20 € el litro de super 95) y el coste de los peajes en el caso de viajar por autopista, evitando las siempre peligrosas y extrañas carreteras secundarias. De este modo, aterrizamos en Bilbao sin coche, sin plan de viaje y con la intención de utilizar el transporte público. En nuestros anteriores viajes había funcionado, porqué no ahora.
Termibus, la estación de guaguas de Bilbao, es un sitio cutre, muy cutre. Cientos de personas de todas las nacionalidades se agolpan dentro del recinto, que se encuentra al aire libre pero a resguardo de la lluvia con una cubierta. El lugar es realmente pequeño para una ciudad como Bilbao y las guaguas se amontonan en las dársenas y sus alrededores. Termibus, para quien la conozca, debe tener el tamaño de la estación de guaguas de La Laguna y comparte con esta el mismo ambiente sórdido. El único sitio que tiene para desayunar es un bar donde ni los cochinos comerían algarrobas, así que acudimos a un bar próximo, donde los escudos del Athletic se mezclaban con posters alegóricos a Ecuador. Cosas de la multiculturalidad.
La guagua iba llena. Transportes Pesa. 9,25 € por persona y trayecto. Más barato que el precio de un día de alquiler, gasolina y peajes. Al fin y al cabo, es lo que tiene ser pobre.
1 horas y 15 minutos de recorrido por una autopista en la que apenas se deja asomar algún pueblo. Sólo casi al final del recorrido se atisba que estamos llegando al destino, porque el mar asoma tímidamente a la altura de Zarautz, que recibe al visitante con una enorme pintada blanca a favor de los presos de ETA en un dique portuario. San Sebastián tampoco tiene estación de guaguas al uso. Sé que soy recurrente con el tema, pero es difícil entender que en el norte del país, con el clima más frío y lluvioso del mismo, los recintos públicos donde una persona puede pasarse minutos o incluso horas estén a la intemperie. Una caminada por una ancha avenida conduce al centro de la ciudad, que apura sus últimos días de fiestas grandes. Por ello, en casi todos lados hay una carpa, un castillo hinchable para los niños o canchas deportivas de quita y pon.
La primera visita, porque es lo primero que se encuentra uno antes de ir al punto neurálgico, es la Catedral del Buen Pastor, donde los turistas empiezan a hacerse notar en sus alrededores e interior. Por que si algo caracteriza a San Sebastián son los turistas: miles en una mañana de miércoles, italianos, franceses y españoles en su mayoría.
La Playa de La Concha es eso, una playa. No sé si es que el hecho de que parte del paseo estuviera cortado por seguridad ante las exhibiciones pirotécnicas de la noche, o que hubiese instalado un carrusel, o unas canchas de baloncesto en la puerta del Ayuntamiento, o un parchís gigante en la arena....pero no me entusiasmó especialmente. Debe ser, probablemente, la costumbre de ver en televisión el lugar y la idealización que se hace del mismo pero, ahora que nadie nos lee, tampoco es la Playa de La Concha un lugar para tirar voladores.
La playa, bastante grande, presenta dos visiones distintas en función del estado de la marea: cuando está baja, el bañista debe caminar cientos de metros para que el agua le llegue por la cintura; cuando la marea está alta, los bañistas se agolpan contra el muro de la playa, porque el mar se traga literalmente la playa.
El casco viejo era un hervidero, como una calle comercial el último día de compras de navidad. Miles de personas colapsaban sus calles sin apenas dejar ver nada. Los bares de “pintxos”, a reventar desde las 12 del mediodía, no fue hasta casi las 3 cuando pudimos meternos en uno que no tardó 5 minutos en rebosar de gente ávida de vinos, tortillas y rabas.
El muelle deportivo, el acuario y media docena de bares. Vendedores ambulantes de camarones y burgados para comer de un cucurucho de papel. Sol de los que rajan las piedras y yo cargando el chusbasquero en un bolso. Maldita mujer del tiempo.
San Sebastián tiene un paseo marítimo que recorre toda la costa, desde el casco viejo hasta el Peine de los Vientos que, todo sea dicho, está a tomar por culo. Bonito, si; emblemático, también; pero a tomar por culo.
A los pies del Reina Victoria aún se nota el ambiente de la alfombra roja y de las estrellas del cine que por allí han pasado, glamour perdido con un mamotreto de cemento y cristal al que han llamado Palacio del Kursal, que podrá ser de una utilidad innegable pero de un gusto estético bastante cuestionable. Lo mejor de la vista del Kursal, sin duda, es el mar entrando bravo por la ría, como un río que hace su viaje del revés, del mar hacia el interior de la tierra. Ría, por cierto, donde algunos se aventuran a pescar lubinas y doradas (y sin ser de piscisfactoría, oiga), os despide con un paseo que remonta la ría, dejando atrás la bella visión del puente de la Reina Victoria (probablemente una de las más bonitas estampas de la ciudad y que, sin embargo, es poco conocida), que tanto hizo por esta ciudad, al parecer.
La Bella Easo, quizás no tan bella como la pintan, nos va dando la espalda camino de hora y cuarto de autopista.
San Sebastián es una joya porque es la cara contraria a Bilbao. El sol frente a la nube. El blanco frente al gris. El azul verdoso del mar frente al verde marronaceo de la ría. El tuerto en el país de los ciegos.
La mujer del tiempo de la televisión ha anunciado para hoy riesgo de lluvias débiles a moderadas en el País Vasco. Antes de salir de viaje, la web de la Agencia Estatal de Meteorología anunciaba que para hoy había un 85% de riesgo de lluvia en la región. Mal día para hacer turismo, a priori.
Días atrás he estado dudando sobre la conveniencia o no de alquilar un coche para estos 4 días. Las ofertas no es que fueran demasiado tentadoras desde el punto de vista económico y al coste del alquiler habría que sumarle el precio de la gasolina (1,20 € el litro de super 95) y el coste de los peajes en el caso de viajar por autopista, evitando las siempre peligrosas y extrañas carreteras secundarias. De este modo, aterrizamos en Bilbao sin coche, sin plan de viaje y con la intención de utilizar el transporte público. En nuestros anteriores viajes había funcionado, porqué no ahora.
Termibus, la estación de guaguas de Bilbao, es un sitio cutre, muy cutre. Cientos de personas de todas las nacionalidades se agolpan dentro del recinto, que se encuentra al aire libre pero a resguardo de la lluvia con una cubierta. El lugar es realmente pequeño para una ciudad como Bilbao y las guaguas se amontonan en las dársenas y sus alrededores. Termibus, para quien la conozca, debe tener el tamaño de la estación de guaguas de La Laguna y comparte con esta el mismo ambiente sórdido. El único sitio que tiene para desayunar es un bar donde ni los cochinos comerían algarrobas, así que acudimos a un bar próximo, donde los escudos del Athletic se mezclaban con posters alegóricos a Ecuador. Cosas de la multiculturalidad.
La guagua iba llena. Transportes Pesa. 9,25 € por persona y trayecto. Más barato que el precio de un día de alquiler, gasolina y peajes. Al fin y al cabo, es lo que tiene ser pobre.
1 horas y 15 minutos de recorrido por una autopista en la que apenas se deja asomar algún pueblo. Sólo casi al final del recorrido se atisba que estamos llegando al destino, porque el mar asoma tímidamente a la altura de Zarautz, que recibe al visitante con una enorme pintada blanca a favor de los presos de ETA en un dique portuario. San Sebastián tampoco tiene estación de guaguas al uso. Sé que soy recurrente con el tema, pero es difícil entender que en el norte del país, con el clima más frío y lluvioso del mismo, los recintos públicos donde una persona puede pasarse minutos o incluso horas estén a la intemperie. Una caminada por una ancha avenida conduce al centro de la ciudad, que apura sus últimos días de fiestas grandes. Por ello, en casi todos lados hay una carpa, un castillo hinchable para los niños o canchas deportivas de quita y pon.
La primera visita, porque es lo primero que se encuentra uno antes de ir al punto neurálgico, es la Catedral del Buen Pastor, donde los turistas empiezan a hacerse notar en sus alrededores e interior. Por que si algo caracteriza a San Sebastián son los turistas: miles en una mañana de miércoles, italianos, franceses y españoles en su mayoría.
La Playa de La Concha es eso, una playa. No sé si es que el hecho de que parte del paseo estuviera cortado por seguridad ante las exhibiciones pirotécnicas de la noche, o que hubiese instalado un carrusel, o unas canchas de baloncesto en la puerta del Ayuntamiento, o un parchís gigante en la arena....pero no me entusiasmó especialmente. Debe ser, probablemente, la costumbre de ver en televisión el lugar y la idealización que se hace del mismo pero, ahora que nadie nos lee, tampoco es la Playa de La Concha un lugar para tirar voladores.
La playa, bastante grande, presenta dos visiones distintas en función del estado de la marea: cuando está baja, el bañista debe caminar cientos de metros para que el agua le llegue por la cintura; cuando la marea está alta, los bañistas se agolpan contra el muro de la playa, porque el mar se traga literalmente la playa.
El casco viejo era un hervidero, como una calle comercial el último día de compras de navidad. Miles de personas colapsaban sus calles sin apenas dejar ver nada. Los bares de “pintxos”, a reventar desde las 12 del mediodía, no fue hasta casi las 3 cuando pudimos meternos en uno que no tardó 5 minutos en rebosar de gente ávida de vinos, tortillas y rabas.
El muelle deportivo, el acuario y media docena de bares. Vendedores ambulantes de camarones y burgados para comer de un cucurucho de papel. Sol de los que rajan las piedras y yo cargando el chusbasquero en un bolso. Maldita mujer del tiempo.
San Sebastián tiene un paseo marítimo que recorre toda la costa, desde el casco viejo hasta el Peine de los Vientos que, todo sea dicho, está a tomar por culo. Bonito, si; emblemático, también; pero a tomar por culo.
A los pies del Reina Victoria aún se nota el ambiente de la alfombra roja y de las estrellas del cine que por allí han pasado, glamour perdido con un mamotreto de cemento y cristal al que han llamado Palacio del Kursal, que podrá ser de una utilidad innegable pero de un gusto estético bastante cuestionable. Lo mejor de la vista del Kursal, sin duda, es el mar entrando bravo por la ría, como un río que hace su viaje del revés, del mar hacia el interior de la tierra. Ría, por cierto, donde algunos se aventuran a pescar lubinas y doradas (y sin ser de piscisfactoría, oiga), os despide con un paseo que remonta la ría, dejando atrás la bella visión del puente de la Reina Victoria (probablemente una de las más bonitas estampas de la ciudad y que, sin embargo, es poco conocida), que tanto hizo por esta ciudad, al parecer.
La Bella Easo, quizás no tan bella como la pintan, nos va dando la espalda camino de hora y cuarto de autopista.
San Sebastián es una joya porque es la cara contraria a Bilbao. El sol frente a la nube. El blanco frente al gris. El azul verdoso del mar frente al verde marronaceo de la ría. El tuerto en el país de los ciegos.
domingo, 17 de agosto de 2008
Bilbao y sus contrastes.
Impresiones a 12 de agosto.
La sede del partido, a 1 minuto del hotel.
El cielo del lugar.
Con menos de 24 horas en Bilbao uno se da cuenta de sus contrastes y, en cierto modo, contradicciones. La primera, la conocida: gente de paz en territorio que unos pocos han querido transformar en zona de guerra. Nada más aterrizar en Bilbao uno se da cuenta de que algo no es normal: siendo una zona nublosa, lluviosa y fría, la terminal de llegadas del Aeropuerto se encuentra prácticamente al aire libre. El aeropuerto, una mezcla entre del Recinto Ferial de Santa Cruz y el Auditorio, presenta una terminal solamente cubierta por un voladizo, dejando entrar todo el frío. No me imagino a la gente esperando casi en la calle en Los Rodeos, con su neblina.
A colación de esto, tampoco las marquesinas (o al menos, muchas de ellas) del Tranvía (aquí Euskotran) son cubiertas, limitándose en muchos casos a 2 postes donde primero se tica el billete y luego se accede al aparato. El recorrido, de apenas unos 15 minutos, parece más turístico que para un uso eminentemente urbano.
En Bilbao, donde el sol sale de peras a olmos, los parquímetros funcionan con energía solar, algo impensable en las “afortunadas” del sol perpetuo.
Aquí al lado, a la vuelta de la primera esquina, la sede el PNV y una estatua de Sabino Arana. Justo allí, en los Jardines de Albia, 2 marroquíes y un buen puñado de negros, colombianos y ecuatorianos deambulan por el lugar. No es precisamente ese el ideal de raza que propugnaba el tal Arana, me parece a mi.
En Bilbao, donde el sol sale de peras a olmos, los parquímetros funcionan con energía solar, algo impensable en las “afortunadas” del sol perpetuo.
Aquí al lado, a la vuelta de la primera esquina, la sede el PNV y una estatua de Sabino Arana. Justo allí, en los Jardines de Albia, 2 marroquíes y un buen puñado de negros, colombianos y ecuatorianos deambulan por el lugar. No es precisamente ese el ideal de raza que propugnaba el tal Arana, me parece a mi.
La sede del partido, a 1 minuto del hotel.
Bilbao es gris y marrón, pero se prepara para las fiestas con grandes casetas de colores y carpas donde colocar barras. Tiene un casco viejo sucio, bajo las barras de los bares se acumulan servilletas usadas y cabezas de gambas y, salvo algunos cachorros, el público en general se expresa en castellano. El Ensanche, por el contrario, es más limpio, más diáfano, más ciudad. Avenidas anchas. ¿Por qué la Plaza Circular (o Plaza de España, nombre proscrito) es plaza si no es más que una simple rotonda llena de guaguas?
El cielo del lugar.
Contrastes. La Basílica de Begoña, abarrotada en misa de a 11, novena de la Vírgen, con docenas de personas acudiendo a comulgar en un ambiente emocionante incluso para alguien que no profesa fe alguna. A la vuelta, la bajada por medio de un ascensor cutre que evita volver que repetir el paseo de escaleras cuesta abajo, sórdido y lleno de pintadas, vigilado por el individuo con el trabajo más aburrido del mundo: subir y bajar continuamente, cobrando unos ridículos 35 céntimos por persona, sin luz natural ni aire, sólo con el entretenimiento de una radio vieja atada en lo alto con un nudo hecho de cables negros.
Bares, burgers y Herrikotabernas. No sé quién askatu. Ecuatorianos en las cocinas grasientas del Burgen King de Abando.
Casco Viejo y Guggenheim. Puente de San Antón y puente Zubizuri. Arenal y Euskalduna.
Esta mañana amaneció nublado y con el paso de los minutos empezó a llover, primero una llovizna, luego un buen chubasco. No recuerdo haberme puesto jamás un chubasquero en pleno mes de agosto. De repente paró y sólo apareció, durante 5 minutos, doce horas más tarde.
Casco Viejo y Guggenheim. Puente de San Antón y puente Zubizuri. Arenal y Euskalduna.
Esta mañana amaneció nublado y con el paso de los minutos empezó a llover, primero una llovizna, luego un buen chubasco. No recuerdo haberme puesto jamás un chubasquero en pleno mes de agosto. De repente paró y sólo apareció, durante 5 minutos, doce horas más tarde.
Katxorros.
¿El abertzale nace o se hace? Claramente, se hace. No deja de ser en parte una pose estética, como si fueran los mods de los 60 o los punks de los 70. El joven katxorro, que estos días atrás se afanaba en pintar sin parar los murales de su carpa para las fiestas, físicamente no aguanta media torta. Viste camiseta vieja, pantalón a media pierna y lleva un corte de pelo que es consecuencia de un ataque de maquinilla por los lados y de poca tijera por encima y por detrás. Así, el pelo va creciendo más por el flequillo y por los hombros, no llegando necesariamente a caer sobre el pendiente que luce en la oreja izquierda. Con aspecto realmente sucio, la versión 2.0 del katxorro (la más sofisticada) nos presenta al individuo con corte de pelo Otegui style. Ellas son idénticas, a veces es distinguirlas del elemento masculino. Para colmo de males, si tienen hijo, lo adecentan de la misma guisa. La familia que se viste unida....
Quieren mostrarse, quieren que se les vean y desean que se les distinga. Cosas de la moda.
Elementos askatu en la Calle Cuchillerías de Vitoria.
Quieren mostrarse, quieren que se les vean y desean que se les distinga. Cosas de la moda.
Elementos askatu en la Calle Cuchillerías de Vitoria.
viernes, 1 de agosto de 2008
Hasta luego, cocodrilo.
1 de agosto. Aunque ya llevamos una semana de vacaciones caseras, mañana desaparecemos una temporada del mapa. Que nadie me eche de menos, que yo no lo haré.
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