Los viajes en tranvía suelen ser anodinos y aburridos, sin nada interesante que reseñar. Sin embargo, hace tiempo que vengo con ganas de hacer una especie de relato sobre las anécdotas que se van acumulando a lo largo de casi 1 año de viajes cada vez mas frecuentes. Cada parada (con o sin andén central) tienen sus personajes e idiosincrasia propia.
Las últimas 24 horas han sido especialmente interesantes o curiosas en lo que se refiere a mis tránsitos pseudo-ferroviarios por el área metropolitana.
Jueves. 13:30 horas. Tras haber vuelto a perder parte de la mañana en el Palacio de Injusticias y alrededores, con Roger Daltrey gritando como un poseso en el mp3 que siempre me acompaña durante el recorrido, escucho una voz familiar que se aproxima hacia mi en el vagón.
"Doctor, doctor", me decía mientras llegaba hasta sentarse a mi lado.
Ella acababa de llegar de un acto de conciliación de esos "intentado sin efecto" y, como no, piensa que el suyo es el único de mis asuntos. "No, señora", pensé en decirle, "usted es uno de los 150 asuntos que manejo", pero educación manda. Allí, sentada al lado mío, empezó a elucubrar: porqué la empresa no había ido, porqué le hacen eso, qué ocurriría si la despiden, que si su psiquiatra le había recomendado nosequé medicamentos ... Y su esposo, con unas manos más grandes que un armario con las 6 puertas abiertas y medallas de oro, lo mismo.
"Doctor, no aguanto mas". Ni yo. 4 paradas mas tarde, Hospital La Candelaria. Lo siento, me tengo que bajar aquí.
7 minutos perdidos hasta la llegada del otro tranvía rumbo a La Laguna, pero un dolor de cabeza evitado.
Pero ahí no queda eso. Viernes. 10:15 horas. Avenida de la Trinidad. Esta vez son los Kinks los que me gritan al oído (“I’m a ape man, I’m a ape ape man, Oh I’m a apemaaann…”). Entró al tranvía y procedo a tomar asiento en mi lugar habitual (en esos asientos laterales, donde presuntamente deben sentarse viejos, embarazadas y bicicletas). Cuando meto el bono en la maquinita y miro al frente, comienza el Show.
Reposentado/a sobre 2 asientos, cual diván, un travesti de 1,90, moreno/a, con un moño recogido sobre la cabeza, camisa negra atada a la altura del pecho (mejor, los pechos, siliconados claro) que le salían por el escote, pantalón vaquero, cinturón amarillo y zapatos de tacón negro. Frente a él/ella 2 chicas que se partían de risa ante sus ocurrencias y a su lado 2 chicos que aguantaban el chaparrón que les estaba cayendo encima como podían, evitando manoseos y demás, pero igualmente rotos de la risa.
El travesti reía y reía. Venía de fiesta, estaba trasnochando y estaba ciertamente perjudicado/a. Al chino del fondo, serio, con su camisa negra y su peinado de palangana, le gritaba insistentemente “¿Dónde está el arroz con gambas? Tráeme un rollito de primavera….”, ante la estupefacción y, porqué negarlo, carcajada del vagón. “Ana Oramas es una puta y una jedionda”, gritaba “que se gasta el dinero en El Corte Inglés, que la veo yo todos los días”, mientras, acto seguido, le decía al chico de al lado “qué seria estás conmigo….”. Todos cruzabamos miradas y risas. Ver para creer.
El espectáculo seguía parada tras parada. Al señor de las gafas de sol del fondo lo bautizó como “El Fary”, a la morena de las gafas de sol como “Carmina Ordoñez” y los que estábamos frente a ella como “Risto Mejide” (servidor), “Noemí Galera” y no se quién más. Si entraba alguien le decía barbaridades tales como “me acaba de bajar la regla al verte” y a la cuarentona fea vestida de fucsia que se sentó a su lado (a la que hizo enseñarle el DNI para ver su edad), le recordaba una y otra vez que era fea y estaba mal hecha. Eso si, la gente (y la propia mujer) encantados con el espectáculo de variedades gratuito de Metropolitano de Tenerife. Una y otra vez, con poco ademán femenino, sino con esa exageración tan gay, decía moviendo las manos “Yo me quedo boba….”.
El Show de aquella especie de clon de Paco León (Aída) imitando a Raquel Revuelta duró hasta que la voz en off dijo aquello de “Puente Zurita”. Tras despedirse de todos, se fue a dormirla.
El camino de vuelta ya no fue tan ajetreado como el de ida o como el del día siguiente, pero con su anécdota también.
Sentado a mi lado, con mi compañía enfrente, viajaba alguien a quien conocía de vista, al menos de verlo y escucharlo en varios medios. Como dice Cris de él, me caía bien de antemano, lo que son las cosas. Un tipo versado, culto, que igual te habla con criterio de política que te comenta un partido de fútbol.
Hablamos del tranvía, de lo útil y cómodo que resulta, me preguntó por nuestra profesión y le di referencias, de lo pro operario (afortunadamente para mi) que es la jurisdicción laboral en ocasiones… unas cuantas paradas de amena conversación, algo extraño en estos tiempos que corren donde, o vamos todos con los auriculares puestos, o no existe conversadores que merezcan la pena. No fue el caso en apenas 4 o 5 paradas, hasta, qué casualidad, sono la voz de nuevo para decir "Puente Zurita".
Antes de las últimas paradas me estiró la mano y se presentó. “Juan Manuel”, me dijo, “soy periodista”. “Ya lo sé”, le dije con una sonrisa y le indiqué el medio para el que trabaja. Antes de bajarse, otra vez, me ofreció la mano para estrecharla y con un amable “ya sabes donde estoy” se despidió.
Conozco a un buen puñado de periodistas, la mayoría deportivos. Frente a un reducido grupo de humildes, otros van de divos, huyendo de la calle, de la opinión del transeúnte, metidos en su propio mundo. De este me he llevado una muy grata sensación. Que siga pegado a la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario