Son las cosas que pasan en el Palacio de Injusticias, donde habitan algunos Sheriffs sin placa, algunos matones a sueldo y otros tipos sin escrúpulos. Todo sea dicho, son inmensísima minoría. Y hoy, precisamente hoy, me he topado con una matona de medio pelo respecto de la cual, después de que me confirmaran que es abogada, he sentido una mezcla entre asco y vergüenza.
Esperábamos a la empresa para un despido aparentemente sin importancia. La trabajadora, su señora madre y servidor. Las señoras, humildísimas, habían gastado sus fuerzas en venir desde el Sur posiblemente en guagua. Esperábamos a un señor rubio, de unos 40 años, de nombre extranjero y sin tatuajes con un corazón. "Allí está", me dijo mientras nos asomábamos cautelosos por detrás de una columna para verlo a prudencial distancia.
Iba acompañado por una individua rubia, pelo largo lacio, cuarenta y pocos años mal llevados y agenda con papeles en la mano. "¿Eres el abogado de ella?", me preguntó mientras señalaba a la trabajadora con desdén. Contesté afirmativamente, reaccionando ella con la frase "¿Y qué es lo que quieres? Porque no se le debe nada".
Nada mujer, pensé. Un despido reconocido improcedente por carta del empresario, con una indemnización ofrecida, no abonada y no consignada desde octubre del año pasado. Pasaba por allí y le iba a echar una mano a los obreros que alicatan el baño de señoras. No te digo.
"Los efectos económicos del despido producido", le dije amablemente. "¿La indemnización?", espetó la rubia cuarentona. "Y los salarios de tramitación devengados", desafié yo.
La reacción de mi interlocutora fue sorpresiva por inesperada. Tras amenazar a la trabajadora de que la iba a denunciar por robo, tras decirle que "hasta aquí podíamos llegar" con sus pretensiones, y que la empresa no le debía nada, con toda su cara dura de sinvergüenza le dijo mirándole a los ojos: "total, lo que te paguen te lo gastarás en medicinas". La eché inmediatamente de allí.
Y en éstas llega el asesor de la empresa, con quien charlo amablemente, miramos cantidades, calculadoras que echan humo y ofrecimiento final. Y la rubia "dile a tu cliente que le ponemos una denuncia penal, dile a tu cliente que le ponemos una denuncia en el Juzgado, dile a tu cliente que es una ladrona,...", ante mi más absoluta indiferencia.
Aceptación, ascensor y Acta.
En la oficina judicial redactamos el Acta, un típico formulario de yo-te-ofrezco-y-tú-aceptas (salvo buen fin del pago comprometido, claro). La rubia, que seguía acompañando al empresario, no paraba de mirar desafiante a mi cliente, con un odio reflejado en los ojos que hacía tiempo que no veía. La estaba matando con la mirada. La trabajadora, sumisa y asustada, miraba a los comparecientes a cierta distancia. Ya por su temor habíamos evitado el ascenso conjunto. En la oficina judicial algo me llamó la atención de la rubia: sobre su antebrazo derecho, una toga, que desdoblaba y doblaba con gran habilidad.
Su última frase, después de un exabrupto del empresario hacía la trabajadora, figura pasiva en toda esta historia, una nueva demostración de su capacidad mental: "déjala -dirigiéndose al empresario- se lo gastará en la Farmacia".
Tras la firma me dirigí a un compañero que estaba presente por otras cuestiones en el lugar y, ante la extrañeza de ver a la matona con una toga, le pregunté si la conocía: "Si, claro. Esta es una abogada del sur. Un día te contaré."
Qué asco y qué vergüenza.
1 comentario:
.....y sin embargo siempre hay quien no se lo crea por "exagerado", pero creanselo o no, se esta convirtiendo en algo normal, en realidad estos "colegas" son mercenarios
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