jueves, 1 de septiembre de 2011

Este 1 de septiembre.

En febrero de 2000 ya me había hartado de ser el chico de los recados del abogado con el que empecé a hacer mis pinitos. No le puedo reprochar nada: al contrario, gracias a él me hice abogado, algo aprendí de derecho pero más de esas relaciones humanas necesarias en esta profesión, tanto en el escalafón como con el cliente y, sobre todo, aprendí determinados valores de lo que, creo, debe ser un buen abogado. A pesar de todo ello, las últimas semanas fueron una losa para ambos y decidimos de común acuerdo dejarlo.

Durante ese mes de febrero me dediqué a poner currículums en los lugares más insospechados y, muchas veces, en los menos ortodoxos. Y así fue como me dediqué a meterlos en los buzones de la casa sindical. Una mañana subí a la primera planta, pregunté por el responsable de los servicios jurídicos, me remitieron a la tercera planta, me pusieron al teléfono a un señor y al par de semanas, tras algo parecido a una entrevista, comencé a trabajar allí. Mis antecedentes en el mundo del derecho laboral era un despido caducado de un primo hermano, al que habían echado de la ya extinta y muy carnavalera Cafetería Corinto. Cortando huevos se aprende a capar, me dijeron...y huevos (muchos) corté.

Allí pasé dos años y nueve meses, hasta que vinieron a buscarme (como tercera o cuarta opción del mercado, según supe años después) de un despacho de medio tamaño, en expansión y con ínfula de gran firma. Eso supuso un cambio radical en mi trabajo y en mi forma de trabajar, pasando de lo ordinario a la elegancia, de la defensa del obrero a la de la multinacional de turno. Hay quien dice que hasta me cambió el carácter a peor. Cuatro años, nueve meses y veinticuatro días pasaron hasta que me echaron a la calle por un quítame allá ese blog.

No estuve ni un mes en el paro cuando de nuevo ingresé en las filas sindicales, al mundo de las tres tardes por semana de consultas, kilometradas en coche y trescientos juicios al año. En esto empecé a resentirme, me faltaron las fuerzas, las motivaciones y, en un acto aún inclasificable, dos años, siete meses y quince días después decidí voluntariamente dejarlo. 

Ahora, sobrevivo como abogado por mi cuenta y riesgo.

Este es un 1 de septiembre atípico. No es la fecha de regreso a una oficina, ni en la que tengo que desplazarme al sur, al norte, al este o al oeste para pasar consulta, ni en la que empiezan los nervios pre escolares por el reencuentro con los juzgados. Ni siquiera va a ser la fecha en la que empezar a preparar la habitual avalancha de juicios de las primeras semanas de septiembre. No. Es un 1 de septiembre raro, en la que habrá que empezar a hacer carteras de clientes, visitar gente, rematar temas por terminar y salir corriendo de los clientes para que paguen lo que ya empiezan a deberme. Se acabaron los sueldos fijos a final de mes. Se ha hecho raro llegar al 31 de agosto y no ver un concepto "nómina" ingresada en la cuenta corriente después de diez años y medio.

Pero aquí estamos, para lo que haga falta. Con incertidumbres, dudas pero tremendamente ilusionado. Además, la compañía en esta aventura es la mejor que alguien puede tener y desear. 

Eso si, mensaje a mis seguidores: aquí sigo, enfadado con el mundo y conmigo mismo, como siempre. Hay cosas que no deben cambiar nunca.


2 comentarios:

eclair dijo...

Viva Tox en septiembre

Gregory Apple dijo...

Bienvenido al club de los "sin nómina". Suerte y al toro.