Te tengo que reconocer, mi considerado, que me he encontrado con tu carta casi de casualidad, entre tu habitual marabunta de letras. Te tengo que reconocer que no me ha sorprendido, que me lo esperaba. Pero también he de reconocer que lo que a continuación escribo lo hago del tirón, casi sin pensar, de manera visceral y en caliente.
Mal se puede ser el Jefe de un comando que no existe. En todo caso, sería de un comando unipersonal: mi comando soy yo y mis circunstancias. Ni un acto denigrante, ni una injuria hacia nadie. Sólo la práctica de un juego del que tu también has participado. La diferencia entre ambos es que mientras yo ostentaba una personalidad, tu jugabas a la multipolaridad. La capucha que yo usaba te encargabas tu de sacármela en público, logrando con ello de que todos –incluidos los supuestos injuriados- supieran quien se escondía debajo de la máscara. Nunca supiste jugar a aquel juego, por que eres mal jugador y peor perdedor. Sólo tu ego es superior a la oscuridad en la que, dices, me amparaba. Mejor, nos amparábamos. El que esté libre de pecado…
Cree el ladrón que todos son de su condición. Mi discreción ha sido tu ruina, por que bien te has encargado de destaparla. Para ti es imposible que alguien quiera pasar de puntillas por los sitios. Para ti es imposible que alguien pueda opinar sin tener la necesidad imperiosa de revelar su identidad. Sólo los que necesitan retroalimentarse con su ego necesitan decir, en todo lugar, en todo momento, quienes son y desenmascaran a los demás, mostrando entre sus manos la supuesta capucha del contrario como si de un trofeo se tratara. Si una figura desprecio es la del delator.
¿Quién da más clases de moral? ¿Quién expresa su opinión o quién pretende impartir doctrina?
En tirar la piedra y esconder la mano eres un especialista. Tu y tus múltiples personalidades informáticas. Tu, capaz de mantener conversaciones contigo mismo y aburrir a las ovejas.
El sol al que dices estar expuesto es un sol tapado por los nubarrones del oficialismo más lamentable. Dirigir una revista que se limita a publicar una serie de absurdas fotografías enaltecedoras de los egos etílicos de algunos pocos y un compendio de articulillos de escaso y sospechoso interés y calidad, no supone un gran mérito, la verdad. A mi, que el mundo colegial y, en general, de la abogacía, y todo lo que le rodea, me provoca más bien arcadas, me evoca lo mismo sus palmeros y los que tocan el tambor a su alrededor.
No. El jefe del comando no tenía 15 nombres donde elegir para verter sus calificativos. El jefe del comando llama cobarde a aquel que permite en la publicación que presuntamente dirige que se viertan calificaciones (estas si injuriosas, querido) hacia alguien sin firma, sin nombres y apellidos. El jefe del comando podría haber elegido esos 15 nombres si esos 15 nombres hubiesen dado la cara. ¿Para qué? No les hacía falta. Esos 15 nombres (presuntos nombres) tenían en el “Pravda” el medio idóneo para soltar las bilis de sus decepciones. ¿Para qué arriesgarnos a que nos partan la cara cuando nos podemos amparar en el boletín oficial? Lo único que admiro es que sigas poniendo tu nombre al frente de una publicación tan independiente y de tanta calidad artística, representante, esta si, de la gran finura intelectual que rodea al mundo de la abogacía isleña.
Por último, la cobardía que se esconda entre las páginas de eso que llaman revista del Colegio, anónima, propio de gañanes delatores, de (estos si) moralistas del tres al cuarto, que van abrazando hasta los percheros de los despachos judiciales con tal de ganarse los favores de la supuesta amistad de los que deben juzgarles, te guste o no, se paga con el dinero de casi 4000 imbéciles que, aún hoy, seguimos financiando la incapacidad de eso que llaman “Colegio de abogados”. Una institución tan inútil y desprestigiada como algunos que forman parte de ella, que sólo buscan las buenas dietas por participación en sus diferentes reuniones y comisiones. Qué importa el bien del colectivo. Démosles de comer una vez al año. Publiquemos una revista para que se vean comiendo y bebiendo. Qué más nos da la precariedad de los nuevos colegiados; qué más da que no se dignifique la profesión; qué más da que se cobren cuotas de acceso prohibitivas para muchos que han sudado su incorporación; qué más da que los jueces y funcionarios nos tomen por el pito del sereno; qué más nos da todo.
La cobardía que de ti denuncio no es sólo la tuya, sino la de los tuyos. A ver si tienen la hombría de denunciar lo que realmente pasa en este mundillo y tras las paredes de ese edificio y ocultan para ocultar a sus amistades.
Entre tú, ellos y yo hay una sutil diferencia: yo soy libre.
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