La crisis, entre otras cosas, ha traído tres consecuencias:
a) Ha habido más despidos;
b) Los despidos cada vez están peor ejecutados;
c) Las empresas, cuando pierden el juicio, optan por readmitir al trabajador.
Hasta no hace tanto tiempo, cuando la empresa veía como el despido era declarado improcedente y ante la perspectiva de que el indeseable trabajador despedido volviese a ocupar su puesto de trabajo, optaba por pagarle (o no) la correspondiente indemnización. Porque resulta que cuando usted reclama por su despido, lo que está pidiendo es que le devuelvan su puesto o, en su defecto, de que le indemnicen. Pero salvo que usted sea un privilegiado representante legal de los trabajadores, la elección entre aflojar la pasta o putearle de nuevo en el puesto de trabajo del que le privó el empresario que ya no le quiere en su empresa, corresponde a esta última.
Ya no hay dinero, así que las readmisiones se han puesto de moda, lo cual descoloca a más de uno que se piensa que se va a hacer millonario gracias a un pleito.
Esta mañana, me cuentan, ha ido por la oficina del sur una señora indignadísima. Una sentencia de despido ganada, con una cifra de 5 cifras (sin incluir decimales) en su fallo....y la empresa le ha mandado un burrofas para que se reincorpore. "Vaya lo que me ha hecho el abogado, tanto rollo para esto, yo lo que quiero es el dinero, no volver a trabajar". Y cuanto más se lo intentas explicar, menos les entra en sus cabezas aserrinadas. Si ya lo decía Don Narciso Brito Bravo, profesor influyente de mi infancia: "el que nace cochino, muere marrano: nada ha perdido, nada ha ganado".
Me he visto en la necesidad de citarla para el próximo lunes con el objetivo de darle una recomendación que satisfaga sus exigencias y necesidades. Le diré que coja el próximo avión con destino a Madrid y que le diga al taxista que le deje en la Carrera de San Jerónimo, donde vea unos leones en una escalinata. Que entre allí, desenfunde cualquier arma corta que tenga a mano y al grito de "se sienten, coño", asalte el hemiciclo. Allí, con los diputados secuestrados, que pregunte por un tal Valeriano, Ministro de Trabajo y le diga que a ella personalmente no le gusta el artículo 56 del Estatuto de los Trabajadores, que si eso, que lo cambie. Después de ello, podrá disfrutar de sus tan merecidos cinco digitos con decimales y no volver a trabajar que, total, llevamos unos meses cobrando el paro y ya nos hemos acostumbrado a levantarnos tarde.
Con lo fácil que es hacerse una ley a la carta.